Tener la cabeza a cuatro mil revoluciones por minuto es una de las maldiciones que padezco. Es jodidamente agotador. Con los años, la terapia, y lo que me enseñó Laura a vivir y centrarme en el presente, lo he mejorado bastante, pero he de reconocer que esto no he logrado cambiarlo tanto como me gustaría. Así que ahí sigo, con la cabeza como una trilladora mental que no para.
Como ya he comentado varias veces, los seres vivos tendemos a la autorregulación, con una serie de mecanismo homeostáticos que buscan mantener el equilibrio, esa idea que el refranero español recoge en lo de “en el término medio está la virtud”. Esto lo consigue nuestro cuerpo haciendo lo que yo llamo movimientos compensatorios. Así, si a la hora de comer me paso zampando porque había albóndigas con patatas (que son de lo mejor que existe) y me hincho hasta reventar, por la noche tendré poca hambre, y no cenaré o será algo muy ligero: mi cuerpo, de forma natural, trata de compensar la mano de comer albóndigas que me he dado, intentando reequilibrar.
Una mente bulliciosa e imparable, que nos agita en nuestro interior, tiene mucho que ver con una parálisis en nuestro exterior. Estamos todo el rato pensado en lo que deberíamos estar haciendo, en lo que haremos, en lo que hicimos o en lo que fantaseamos con hacer, porque, por fuera, estamos quietos. Así que nuestro cuerpo genera toda esa actividad mental como forma de reequilibrar, de compensar la no actividad. Personas tímidas o apocadas que rara vez dicen de forma clara lo que desean o se dejan pisar suelen fantasear enormemente con lo que dirían o harían y lo que pasaría. Personas depresivas se critican enormemente por dentro, con una actividad mental imparable que les recuerda continuamente lo que deberían hacer y no hacen, en qué están fallado y fracasando o recordando lo que tenían y ya no tienen.
La actividad mental es algo que cansa muchísimo. De hecho, nuestro cerebro es el órgano que más calorías consume y que mantiene muy ocupado a nuestro metabolismo. El gran devorador de oxígeno e hidratos de carbono probablemente sea el cerebro. Digo esto como muestra representativa de lo que cansa pensar, el caso es que estar todo el rato comiéndonos la cabeza agota, y ese agotamiento en gran parte es el que hace que no tengamos ganas de hacer nada, y también, porque hemos estado en “ese tema” que teníamos que hacer y no hemos hecho durante horas en nuestra mente, por lo que ya estamos asqueados y lo que queremos es tirarnos un rato evadiéndonos y descansando la mente, así que ahí es frecuente las ganas de dormir, leer, de consumir series o jugar a algún videojuego para tener la cabeza en encefalograma plano… Y claro, como no haces nada, como estás parado, tu organismo vuelve a compensar pensado, entrando en un círculo vicioso muy jodido.
Es por esta idea de la regulación (a parte, de por las consabidas dopamina y serotonina que se liberan en la actividad física) por lo que muchos psicólogos recomiendan hacer deporte o incluso simplemente hacer cosas a los pacientes para sacarlos de este estado. Tiene sentido pero me parece algo bastante reduccionista, y que, una persona que está mal y no hace nada, claro que debe pasar a la acción, pero no creo que para eso tenga que ir a un psicólogo, es de jodido sentido común, la cuestión es ayudarle a desbloquearse emocionalmente para empezar hacerlo y ayudarle a encontrar en su verdad íntima el por qué para esforzarse y hacerlo. Eso, y que a veces, la persona está parada porque esta herida, y antes de ponerlo a andar, tienes que curar esas heridas…
El círculo vicioso anteriormente descrito de no hago (fuera) así que pienso (dentro), y como no paro de pensar no hago, además, puede ser especialmente dañino cuando no sólo no paras de pensar, sino que esos pensamientos son autocríticos, victimistas o dañinos de alguna forma, pues no sólo acabas agotado por no parar de pensar sino por la paliza que te das o por regodearte en tu propia mierda, entrando en un estado de instalarte en el malestar que es muy negativo y con frecuencia usamos como forma de no afrontar lo que pasa en nuestra vida y no hacer nada (no confundamos el instalarnos en el dolor con el derecho normal, legítimo y congruente de estar en el dolor cuando algo nos hace daño)
Muchas veces manejamos en la cabeza lo que nos da miedo actuar en el mundo real. No es infrecuente que muchos de mis pacientes en consulta tenga una actitud reflexiva, de querer analizar cada detalle y entenderlo, como una forma de “hacerlo en la mente” y así no tener que enfrentarse a ello en el mundo real. Otras veces, racionalizar el sufrimiento o teorizar sobre él es sólo una estrategia defensiva para no sentirlo o para no tener que posicionarnos ante ello, para no tomar partido ante aquello que nos ocurre en nuestra vida. Por desgracia, muchos psicólogos también fomentan esto, y claro que para cambiar un problema debemos entenderlo, pero esto no debe ser la excusa para no afrontarlo y empezar a hacer algo distinto.
Cuántas cosas nos perdemos por pensar, desde no vivir el momento presente y no ver lo que sí tenemos en nuestro día a día (bueno o malo pero que es real y que estaría bien que atendiésemos) por estar siempre en el mundo de las ideas, cuánto llegamos a no hacer de tanto pensarlo y fantasear con ello por cobardía y cuantas veces, de tanto pensar, estamos agotados.
¿la solución? Hacer más y sentir más y pensar menos, pero no quiero dar fórmulas fáciles aunque lógicamnete actividades como el deporte, hablar de qué nos atormenta o el mindfulness ayuda, pero sobre todo entiende que nadie se jode por gusto, así que hay que ver qué te ha pasado para recurrir a manejarlo todo en la mente, qué funcionalidad tiene eso y qué dolor emocional manejas a través de ello (por eso se mantiene aun siendo negativo)
Que pensar no te robe la vida: haz más, siente más y piensa menos.
Buenaventura del Charco Olea ejerce como Psicólogo en Marbella, Granada y Online, además de como ponente o profesor invitado en diferentes Universidades, Congresos e Instituciones.