Como voy a tocar un tema que creo que va a levantar ampollas, voy a empezar diciendo que (como todo en este blog) esta es mi opinión y las opiniones son como el culo, que todos tenemos una. Siendo más fino, especificaré que, si bien en otros artículos hablo de una forma más académica o científica a veces me meto el lujazo de hacer algunos como éste (donde mezclo mis reflexiones y opiniones en base a lo que se de psicología) pero también con mi forma de entender la vida, lo que observo y mi experiencia vital. Dicho lo cual, vamos al turrón del artículo:
Las personas que poseen una forma de entender la vida o principios arraigados, sean éstos “tradicionales” como el patriotismo o la religión o más “modernos” como el feminismo, el liberalismo o el animalísmo tienden a hablar de la necesidad de educar a los niños y jóvenes en esa ideología.
Y eso no es necesariamente malo, personalmente soy una persona bastante posicionada ideológicamente y creo que está bien que la gente tenga principios, ya que suele reflejar un interés por lo que ocurre a su alrededor, una conciencia activa, cierta escapada al egocentrismo imperante en el mundo de las redes sociales y una cierta inquietud intelectual, de cuestionamiento de la existencia y búsqueda de alternativas a lo establecido incluso.
Considero además que todas las ideologías, si, TODAS, incluso esa que te parece tan despreciable, intentan lo mismo: acercar al mundo hacia aquello que ellos consideran mejor y más positivo (otro tema es que lo que para unos sea una mejoría para otros sea algo dantesco) así que no veo nada intrínsecamente malo en ellas. Otra cosa es que como dice el refranero castellano, del dicho al hecho… pues se jode la marrana.
El problema de las ideologías es que tienden a crear una perspectiva frentista, y más en estos tiempos que las redes sociales han provocado una reducción de los argumentos a twits de apenas una frase o a una imagen con una frase: lo cual es un contenido más fácil de compartir y virilizar pero que tienden al reduccionismo y a la crispación. Se activan así procesos que la psicología social ha estudiado muy bien, en las que se percibe a los individuos en dos grupos: los que están conmigo y los que están en el otro lado (algo a lo que además los hispanos, cainítas y más papistas que el papa como la madre que nos parió, somos particularmente dados). Esto tiene una finalidad: aumentar la cohesión, la unidad dentro del “endogrupo” (los que percibo de los míos) contra los del exogrupo (los contrarios) activándose una serie de sesgos sobradamente demostrados por los cuales tendemos a valorar más positivamente a los nuestros (que son muy buenos muy buenos) frente a los contrarios, que son muy malos muy malos.
Por eso creo que la verdadera revolución o innovación real en el tema no sería educar en un principio u otro (por más que unos sean más “actuales” que otros, ya que a fin de cuentas), ya que eso sería el mismo perro con distinto collar. Es decir, que puede cambiar el hecho de cual es el contenido de esa ideología, pero si miras la historia siempre se ha educado a las personas en una perspectiva que en ese momento era la más dominante, sino el educar en empatía y de paso, también, conseguiremos aumentar la compasión.
La empatía, como casi todo el mundo sabe -que ahora hay mucha psicología barata y de panfleto bañada de buenismos e imagen, pero con poco contenido sólido- se trata de la capacidad de ponernos en el lugar del otro, intentando vivir las cosas tal y como el otro las vive. Si educamos a la gente en valores o ideologías, tendemos a que vean el mundo desde las gafas de esa doctrina, siendo incapaces de considerar válidas las opiniones del otro, lo que lleva mucho más al choque. Sin embargo, si fomentamos la empatía de las personas conseguiremos dos cosas: más entendimiento y sobre todo y más importante: más humanidad.
En el primero de estos objetivos, el entendimiento sería mayor porque al poder ver el mundo “con las gafas del otro” nos sería más fácil comprender su visión de las cosas, y podríamos no compartirlo, pero ya no nos parecía tan perverso. Al entender al otro y no descatalogarlo de entrada, además, obtendríamos la capacidad de ver que probablemente una persona desde una ideología y yo desde la mía, podemos diferir en muchos puntos pero existen otros en los que estaríamos en común, con lo que sería más fácil remar en la misma dirección de lo que nos une a los dos y dejar diferencias de lado (que ojo, no está mal tener diferencias ni defender posturas, pero si evitar el frentismo).
Por el otro, que es el que creo de mayor interés, es que cuando eres empático y ves el dolor ajeno y cómo sufre te vuelves un poco menos dogmático y menos hijo de la gran puta. Cuando una persona sufre, no te tiene que importar que lo haga porque es maltratada por el sistema capitalista heteropatriarcal o porque sea otra hija de Dios, sino sobre todo porque es un ser humano que está sufriendo. Y si puedes empatizar con su sufrimiento se moverá algo en tu interior, un proceso emocional que te invitará a ayudarlo.
Como plantea en “Cuerpos y Almas” (librón padre que te recomiendo, por cierto) el novelista Maxence Van derMersch, cuando una persona sufre no importa la explicación de por qué lo hace o los motivos por los que debes ayudarlo (que es lo que tiende a tratar de abordar las ideologías) sino el hecho de que el dolor de otro ser humano no nos debería dejar indiferentes.
Buenaventura del Charco pasa consulta cómo Psicólogo en Marbella, Granada y Online. Realiza docencia como profesor invitado en la Universidad de Granada y como director del proyecto Marbella Cuida.