Como siempre les explicaba a mis alumnos en la universidad, muchos psicólogos sostienen que la mayoría de las veces que un niño o adolescente tiene problemas de conducta o de otro tipo se debe a que existe un problema a nivel familiar. Aunque no lo parezca (o creas que los niños no se dan cuenta) son increíblemente sensibles a aquello que tiene que ver con su familia, y sobre todo, con sus padres, ya que son totalmente dependientes de ellos. De modo que si algo les afecta a ellos, también les pone en peligro, por lo que suele generarles respuestas de ansiedad que explican sus problemas.
Por eso cuando un niño o adolescente tiene un problema, siempre prefiero trabajar con la familia además de sólo con el niño. La idea es participar todos (psicólogo, niño o adolescente y familiares) en la solución.
Con esto no estoy diciendo que todo lo que le pasa a un niño sea consecuencia de como funciona la familia, pero sí influye notoriamente y suele ser el factor clave, cómo la familia lo maneja, y que más está pasando en la familia aparte del problema del niño. Como dice el refrán «a veces el árbol no nos deja ver el bosque».
Mi perspectiva en terapia es que cuando un miembro de una familia (niño, adolescente, adulto…) tiene un problema, es un guiso que se cocina y se come entre todos los miembros de la misma porque se crean círculos viciosos que se retroalimentan. Mi trabajo en terapia de familia consiste en ayudar a entender esos círculos y, sin culpabilizar ni recriminar, encontrar la forma en la que la familia pueda solucionarlos.