El ser humano siempre está en relación consigo mismo, y como ya señaló la gran terapeuta de familia Virginia Satir “La comunicación es a la relación, lo que la respiración es a la vida”. Vamos, que toda relación (incluida la que tenemos con nosotros mismos) está versada en aquello que nos decimos, pero, como bien recuerdan mis alumnos universitarios (soy pesado con este tema hasta vomitar) la comunicación se da a muy diferentes niveles, no sólo a nivel declarativo (lo que decimos) sino sobre todo a nivel procedimental (lo que hacemos).
Por tanto, cómo nos tratamos, es la clave sobre cómo nos sentimos. En este artículo no voy a hablar sobre cómo tratarnos (si quieres saber sobre eso quizás te sirva esta conferencia que di en el Congreso Marbella Cuida) sino que voy a explicar sobre los perniciosos efectos de intentar tenerlo todo bajo control, ya que, procedimentalmente nos estamos comunicando a nosotros mismos que somos seres extremadamente blandos -como la mierda de pavo o figuritas de Lladró- que vamos a quebrarnos ante la primera ostia que nos de la vida. Vida que, por desgracia, tiene una notoria afición a dárnoslas y rara vez podemos evitar, así que mejor aprender a encajarlas. Y nos tratamos tanto así, nos lo decimos tanto, que al final nos lo creemos, introyectando esa sensación de fragilidad, y empezamos a actuar en consecuencia de la misma.
¿Si somos tan débiles, incapaces de manejar el dolor, no necesitamos estar siempre alerta? La ansiedad, que es nuestro sistema de alarma, estará siempre disparada, buscando cada potencial amenaza para intentar que nos pille prevenidos, pues somos incapaces de encajar el golpe. El problema es que cuanto más disparada es la ansiedad, más fácilmente se percibe todo lo que ocurre como peligroso o amenazante, lo que genera a su vez más ansiedad, entrando en un peligroso círculo vicioso que llega incluso a percibir como amenazante la propia respuesta de ansiedad, por lo que acabamos teniendo ansiedad de la ansiedad.
¿Si somos tan débiles, incapaces de manejar el dolor, no necesitamos reprimir las emociones desagradables? Porque las cosas que percibimos como amenazas, no sólo son de fuera, sino también nuestro propio mundo interno. Por eso, cuando nos tratamos como seres débiles y nos lo llegamos a creer, en ese intento desesperado por protegernos empezamos a reprimir emociones como la tristeza, la culpa o la rabia. Emociones que son adaptativas y necesarias para enfrentarnos a lo doloroso y que intentar suprimirlas y evitarlas generan graves problemas como depresión, trastornos de ansiedad, impulsividad, pensamientos obsesivos…
¿Si somos tan débiles, incapaces de manejar el dolor, no deberíamos huir ante cualquier posible amenaza? Cuando introyectamos esa fragilidad por nuestras acciones cobardes ante el dolor, llega un momento en que el miedo se apodera de nuestra vida, ya que, al percibirnos incapaces, la huida es la acción más lógica. De esa forma, pasamos a vivir huyendo de todo, recluidos en una falsa “zona de seguridad” que acaba convirtiéndose en una prisión que nos ahoga.
¿Si somos tan débiles, incapaces de manejar el dolor, no deberíamos evitar el conflicto a toda costa? Cuando crees que no puedes encajar un golpe, pelear deja de ser una opción, así que para no tener conflictos, claudicas sistemáticamente por evitar la pelea (eres tan blando que sabes que no sobrevivirías al rudo combate), y poco a poco, no sólo te van imponiendo las cosas o te van robando tus conquistas, sino que te traicionas a ti mismo por no luchar nunca por ti.
¿Si somos tan débiles, incapaces de manejar el dolor, no necesitamos a alguien que nos proteja y haga la cosas por nosotros? Al igual que los campesinos en la edad media necesitaban que el noble local y sus soldados les protegiese en la guerra y a cambio accedían a todo lo que éste les imponía (privilegios, impuestos, anular sus propios derechos…) cuando nos convencemos de nuestra propia debilidad necesitamos a alguien que nos proteja y solucione nuestros problemas o incluso que nos ayude a regular esos sentimientos desagradables que queremos evitar, de forma que caemos así en relaciones de codependencia. En ellas acabamos dispuestos a pagar cualquier precio que el otro nos pida por esa sensación de seguridad, algo que en el peor de los casos, si das con un cabrón, será tu propia dignidad e integridad como individuo y en el mejor de ellos, será una carga muy pesada para la otra persona, lo que creará una relación en la que ambos os sentiréis atrapados.
¿Si somos tan débiles, incapaces de manejar el dolor, no necesitamos un refugio o escondite en el que sentirnos a salvo por negativo que sea este? Siempre que hay un dolor al que no podemos hacer frente, las personas buscamos refugio para sentirnos protegidas de la amenaza. Por eso si te tratas a ti mismo como extremadamente débil, necesitas un refugio, una cárcel o una cueva oscura donde esconderte (drogas, alcohol, alabanzas, likes en redes sociales…) para que nos distraigan y nos ayude a evitar el dolor.
Todas estas reacciones son lógicas e incluso adaptativas cuando algo nos supera o no podemos con ello, y no tiene nada de malo recurrir a apoyarnos en otro o tratar de preveer la amenaza para que no nos pille desprevenidos. El problema viene cuando por tratarnos como seres extremadamente débiles por la fobia al dolor, esto se convierte en regla y todo nos acaba dando miedo, instalándonos en este tipo de reacciones y viciándolas, convirtiéndolas en una forma disfuncional de estar en el mundo, por sus consecuencias y sobre todo, porque no es real que seas tan blando.
Vivir la vida implica llevarte unos cuantos buenos golpes, y cuando te den no será agradable. Pero es el precio por vivirla. Y creo que la vida, pero, sobre todo TU vida, espero que valga la pena.