El tratamiento farmacológico para los problemas de salud mental o sus síntomas vive una curiosa realidad dual en España: por un lado, tenemos un montón de personas consumiéndolas (sirva como ejemplo de esto que somos el país del mundo que toma más Benzodiacepinas, un tipo de ansiolítico) y por el otro un discurso imperante que es el de que la medicación es mala y hay que evitar tomarla, discurso en parte muy fomentado por psicólogos. ¿En qué quedamos entonces, es buena o es mala? Pues te voy a dar mi opinión, pero recuerda que, como los culos, todos tenemos una.
En primer lugar, señalaré que es un tema en torno al que siempre me sorprende la gran cantidad de prejuicios que hay, y cómo éstos parecen estar distribuidos por edad: las personas mayores suelen estar bastante a favor de la medicación, considerándola la opción útil y desdeñando la psicoterapia por ser poco más que charlatanería, por el hecho de que un médico es un profesional “serio, de verdad” frente al psicólogo y porque en muchos casos puede recetarlas el médico de atención primaria, ahorrándose el estigma de tener que ir a un profesional de salud mental. Por otro lado, los jóvenes, al contrario, demonizan el consumo de psicofármacos y recalcan que “son una droga” (no como los porros o hincharse a cubatas, que es una cosa sanísima…) y que crean adicción.
Es evidente que todo fármaco es una droga, y por tanto tienen efectos secundarios, pueden crear tolerancia y dependencia. También es cierto que algunas de las medicinas empleadas para la salud mental destacan en estos dos últimos factores, en especial las citadas anteriormente benzodiacepinas y otros tratamientos para la ansiedad. Con todo para eso está el psiquiatra: para supervisar qué se toma y cómo se toma, y hacerlo de la manera adecuada. Recordemos que estos médicos son especialistas en el tema, y, por tanto, muy conscientes de los problemas y ventajas que pueden crear sus tratamientos, algo que siempre tienen presentes en su intervención y a la hora de recetar y hacer seguimiento de los mismos. Por ello, para mí, esta preocupación la veo entendible, pero creo que se responde a la misma y podemos quedarnos tranquilos siempre y cuando un buen psiquiatra esté supervisando el asunto y el uso de los fármacos sea el adecuado.
Sobre si la medicación es útil o no, también existen opiniones dispares, tanto a nivel científico (hay estudios que señalan que la eficacia de los antidepresivos no es mejor que el placebo mientras que otro montón de investigaciones avalan sus beneficios) como, sobre todo, a nivel informal. Pues bien, creo que lo primero es entender que hace el fármaco y que entendemos por “curar o funcionar” para poder evaluarlo. Los psicofármacos ayudan a disminuir “el dolor” (disminuir ansiedad, tristeza, mejorar el sueño o el apetito…) y a mejorar otro tipo de sintomatología del paciente (reducir obsesividad y pensamientos, disminuir la impulsividad, aumentar las ganas de hacer cosas…) que le genera malestar o le hace funcionar de forma inadecuada. Digamos que alivia o mejora los problemas del paciente y esto me parece bastante innegable.
¿Curan, por tanto? Pues desde mi punto de vista no, ya que los problemas de salud mental salvo en patologías concretas (esquizofrenia, bipolaridad, manía y algunos casos concretos de otras enfermedades como TOC, depresión o TLP) no son resultado de un problema orgánico, sino de algo que pasa en nuestra vida y cómo lo estamos manejando. Con esto, sin embargo, no quiero decir que sean ineficaces, simplemente que alivian los síntomas, pero no sanan realmente (algo que también se puede decir de muchos tratamientos psicológicos) ya que no van a la raíz del problema y ayudan simplemente a que este “cause menos daño”.
Esto, presenta para mí, un arma de doble filo: por un lado, puede ser útil para que los pacientes experimenten mejoría a corto plazo y por el otro, precisamente porque se encuentran mejor, hay pacientes que simplemente “tapan y enmascaran” sus problemas con las pastillas para seguir sin enfrentarse a los mismos.
Para mí, por tanto, la medicación sirve para aliviar el dolor del paciente y ayudarle a ser más funcional, y eso puede ser algo terriblemente útil si aprovecha esa mejoría para enfrentar situaciones que normalmente le desbordan o que cuando estás en el hoyo eres incapaz de abordar. Así creo que en un paciente poco asertivo con mucha ansiedad, los ansiolíticos pueden ayudarle a sentirse mejor para empezar a tener discusiones, defenderse y poner límites o que a un paciente depresivo la medicación le den un aporte extra de energía para poder ponerse a hacer cosas y tener el coraje de cambiar lo que no le gusta en su vida y que por eso le tiene amargado, de forma que la medicación no cura, pero suele crear una mejoría en los síntomas que puede desbloquear al paciente para que pueda hacer lo que realmente soluciona el problema de raíz. Y, esto, bien empleado, no me parece poco.
Personalmente trabajo con psiquiatras (grandes profesionales como el Dr. Jose Juan Muro o el Dr. Pablo García-Domenech de los que he aprendido mucho) en un equipo multidisciplinar, donde psicólogos y médicos trabajamos de forma coordinada, aunando nuestros esfuerzos y conocimientos para mejorar la vida de nuestros pacientes y si bien en algunos pacientes no he notado que la medicación cambie significativamente lo que le ocurre más allá de un ligero alivio, en otros pacientes, que estaban bloqueados y no avanzaban con la terapia, la medicación les ha ayudado enormemente para poder obrar cambios en su vida.
Creo por tanto, que el problema es el reduccionismo y la excesiva simplificación de las cosas, tan de moda en nuestra época, y que los psicofármacos son una herramienta, y como cualquier otra, puede emplearse bien o mal.