Hoy rehago un escrito que hice algunos años, y que debe estar por ahí. Fue fruto de una escena que observé en Madrid, dando un paseico dominguero y que, me dio para reflexionar un rato largo…
«Te escribo esto a ti, madre desconocida, con la conciencia de que nunca leerás esto ni sabrás que fui testigo de tu maravilloso proceder.
Hoy vi cómo se caía tu hijo en el parque, y cómo se dibujaba en tu rostro una primera mueca de espanto, pero al segundo, pudiste ver que no le pasaba nada a tu hijo, así que te refrenaste en ese impulso de ir corriendo a «salvarle» de algo que no era nada. Tampoco pasaste de él, simplemente le miraste confiada, segura y atenta. Él te buscó con la mirada y al verte tranquila, se levantó, se sacudió el polvo y siguió jugando, con esa capacidad que tienen los niños de estar tan presentes y en el aquí y el ahora que, pasan del llanto a la risa en instantes, qué pena que la perdamos de adultos…
En ese momento, quise acercarme, y en nombre de ese chiquillo, darte las gracias.
Gracias por no correr angustiada a socorrolerle, transmitiéndole el mensaje de que es incapaz de enfrentar el dolor y los golpes de la vida. Que no puede levantarse solo.
Gracias por no dramatizar, pero tampoco ignorarlo, sino permanecer atenta y cálida, pendiente de él y presente, disponible, pero no absorbente, fusionada o acaparadora.
Gracias por asumir tu dolor, asustándote, pero no dejándote llevar por algo que era más tu angustia que la suya y dejarle a tu hijo vivir y decidir qué hacer con su propia experiencia entorno a ese suceso.
Quise decirte todo eso y agradecerte también, en mi nombre, y en el de todos los psicólogos, que eso que llamamos apego seguro, crianza e inteligencia emocional no es algo que nosotros hayamos inventado y de lo que seamos portadores, de forma que seamos grandes profetas que debemos iluminar a personas ignorantes y por tanto nos necesitáis de forma desesperada. Que nosotros sólo le ponemos nombre y términos desde nuestras torres de academicismo a algo que tú, mamá, y casi todas las personas tenemos una forma innata e intuitiva desde nuestro lado más emocional y humano.
Entendí que, si lo hacía, parecería un puto loco y no lo entenderías, así que seguí caminando con las manos en mi chaqueta y mi rostro tranquilo, andando complacido mientras pensaba que, la mirada amorosa, confiada y empática de una madre, puede ser más efectiva que 100 horas de la mejor de las terapias.