Creo que vivimos en una sociedad cada vez más solitaria, sin embargo, es una soledad particular, ya que es muy ambigua, pues, parece que estamos más conectados que nunca en esta era de internet y redes sociales o que vivamos cada vez más concentrados en grandes urbes y sea casi imposible estar solo físicamente.
Para empezar hemos de considerar el hecho de que mientras, hace apenas una o dos generaciones, las personas tenían un sentimiento de pertenencia y se sentían parte de una comunidad de la que formaban parte, sobre todo por el hecho de tirarse toda la vida residiendo en el mismo lugar y más o menos con las mismas personas en su entorno, en la sociedad líquida actual, esto no ocurre: Se estima que, de media, una persona cambiará al menos entre 3 o 7 veces de vivienda e incluso localidad, a lo que le hemos de añadir cambios en el trabajo, que ya rara vez son para toda la vida y en el mismo departamento o empresa. Todos estos cambios creo que incitan a que las personas nos esforcemos menos por crear lazos e integrarnos colectivamente, pues, somos conscientes de que no durarán mucho tiempo así que, ¿por qué invertir en algo efímero?
Existe también una hiperconectividad que, por sorprendente que parezca, nos hace sentirnos más solos a pesar de que todo el mundo esté tan a mano. La atención y la comunicación se dispersa y ya sabemos lo de que el que mucho abarca poco aprieta, pero además esa conectividad hace que cuando estamos físicamente con el otro, a su vez, también estamos con toda ese grupo de personas online, de forma que nuestra atención nunca está focalizada en esa interacción del momento. Ya es difícil tomarse un café con alguien sin que en algún momento te ignore mientras responde a otra persona, algo que me recalca con mucha razón y paciencia en infinidad de ocasiones mi novia pues es algo que hago ya en forma de automatismo y más de lo que me gustaría…
Pero no sólo es en la persona con la que quedas o es importante, y es que antes, cuando no teníamos la cabeza clavada en la pantalla se daban conversaciones y encuentros fatuos y poco transcendentes pero que ahí estaban con muchos desconocidos: la conversación (a veces coñazo) con el taxista o el peluquero, el chiste con el camarero o la que se daba en el tren o el avión. Pueden parecer tontas, pero creo que ahí se ha perdido algo que tenía su importancia.
Recuerdo que hace no mucho salí a tomarme unas copas con unos colegas y me quedé observando a un grupo de chicas que teníamos cerca: todas monísimas, emperifolladas y con un vestuario y maquillaje estudiado, en círculo, cada una con su móvil y la copa en la mano, sin hablar una polla entre ellas y que sólo interactuaban cuando una grababa un storie o sacaba una foto para que se viese lo bien que lo estaban pasando… Más allá del postureo y la falsedad, de analizar su necesidad de proyectar una imagen me quedé pensando en que para hablar por el móvil con gente que no estaba ahí se podrían haber quedado en su casa calenticas en pijama (ahora en Graná hace frío) y sin haber tenido que currarse ponerse así de guapas y ahorrarse el dinero de las copas.
A parte de estos tipos de soledad, creo que existe otra en esta época donde vivimos bajo la censura de la obligación de gustar al otro, de ser “nuestra mejor versión”, del pensamiento positivo y tantas otras mierdas que nos están deshumanizando ya que al final, rara vez mostramos la parte de nosotros que sufre. Nos avergüenza tanto estar mal, que nos etiqueten de tóxicos o sentirnos fracasados que vamos siempre con una estúpida sonrisa grabada en la cara y le decimos a todo el mundo lo bien que nos va, los planes que hacemos o hablamos con el otro sin mostrarnos, conversando de lo que acontece fuera o del tema de moda. Hablamos de lo que pasa, pero no de nosotros, de lo de fuera, pero no de lo de dentro.
¿Hay por tanto un contacto real? ¿Explica esto por qué a veces estamos rodeados de gente pero nos sentimos solos? Reivindicar la necesidad de la honestidad emocional y de humanizar las relaciones con nosotros mismos y con otros me parece más necesario que nunca.
Me sorprende cómo la psicología a penas trata este tema, hablamos de la importancia de variables casi siempre individuales como la gestión emocional, la meditación, la autoestima o vencer la procrastinación pero a penas se habla de la importancia de cuidar y crear una red social sólida, de cuidar, disfrutar y recurrir en malos momentos a nuestros vínculos afectivos, de ayudar al otro a través de la escucha sincera y ofrecerle un hombro sobre el que llorar… Todo esto a pesar de que la investigación científica ha demostrado sobradamente que la compañía es algo extremadamente necesario para la salud mental y biológica, algo que no nos debería sorprender dada la condición humana de animal social y de manada. El impacto es tal que como bien señala y avala con datos la psicóloga canadiense Susan Parker (que aborda este tema de forma divulgativa en su libro “El Efecto Aldea”) “ser negligente en construir una red de afectos es al menos tan peligroso para la salud como fumar un paquete de cigarros al día, la hipertensión o la obesidad”.
Si esto es así, ¿por qué se habla sólo de conseguir objetivos, de ser positivo, de desarrollar habilidades y técnicas o de otros factores, siempre de tipo individual, como los grandes garantes de la salud mental y el bienestar emocional de las personas?
Cada vez tenemos menos tiempo para quedar con un amigo, para tomar un café, para hablar de verdad por teléfono y ponerte al día con ese amigo o familiar que vive solo, para visitar al amigo que vive lejos… Es cierto que la ciudad con sus distancias y tráfico o el trabajo lo hacen difícil pero también que nunca está en nuestra lista de objetivos o prioridades como irnos de compras, perder kilos en el gimnasio o aprender inglés.
Puede que echarte una cerve o un cafelico con un amigo parezca poco trascendente, pero es una vacuna psicológica inigualable, y si no es llamativo pensar en el hecho de que los países mediterráneos a pesar de que tomen más alcohol y coman peor tengan más esperanza de vida, quizá sea porque nos juntamos con otros cuando lo hacemos…