Es muy frecuente observar que tras la ruptura de una relación, muchos de los miembros de estas parejas rotas comienzan a tener relaciones sexuales con otras personas. Pero, ¿es el deseo sexual la motivación real de estos encuentros sexuales?
El sexo, o más bien la excitación sexual, puede ser entendido como un proceso emocional, o al menos, como algo bastante parecido, ya que se trata de algo que se siente involuntariamente, ante un estímulo concreto, que conlleva un cambio fisiológico, una valencia y una variación en la activación corporal. Además, como los demás procesos emocionales, está íntimamente ligado a la supervivencia de la especie, por lo que su carácter adaptativo es obvio.
También, diferentes corrientes de la psicoterapia han considerado la sexual como una de las motivaciones y necesidades básicas del ser humano. Ya desde el comienzo de nuestra disciplina, el sexo ocupó un lugar primordial a la hora de entender la conducta y los procesos mentales del ser humano.
Sin embargo, lo sexual, al igual que ocurre con otras conductas asociadas a emociones o a lo corporal, están presentes en la vida de muchas personas como medio y no como un fin en sí mismo, es decir, que gran parte de las relaciones sexuales, tienen como función gestionar otros procesos emocionales, más allá que el placer sexual que provocan o cubrir los desequilibrios en dicha necesidad humana.
Desde las psicoterapias humanistas, se postula que, muchas veces emociones o conductas asociadas a ellas se emplean para “protegernos” de otra emoción que es vivida como aversiva o dañina para la persona. Sin embargo, sabemos que las respuestas emocionales son adaptativas y que cuando se permiten sentir, conllevan el bienestar del individuo al poner en marcha conductas que responden a la necesidad no cubierta. Es decir, que la “exposición” o el “dejarnos sentir” la emoción aversiva, acaba generando una respuesta adaptativa que permite sacar al individuo de su malestar y conseguir aquello que necesita para crecer.
Consecuentemente, estas emociones o conductas que nos ayudan a evitar el dolor y el malestar, pueden parecer positivas, pero si se perpetúan en el tiempo o si se convierten en la única forma de responder ante el malestar, finalmente, nos impiden poner en marcha la respuesta adaptativa a las necesidades de la persona. Es decir, no son malas de por sí, se convierten en dañinas cuando sólo podemos responder de esta manera o se perpetúan.
Ante una ruptura, sentir el dolor de la pérdida es la respuesta emocional normal, incluso aun cuando se den otras emociones que pueden parecer contradictorias como sensación de liberación al terminar algo que ya no era deseado, o ilusión por la nueva etapa que comienza, pero el fracaso de la relación de pareja y perder una figura significativa produce inevitablemente un profundo dolor por la pérdida.
Este dolor puede ser aceptado y experienciado por la persona, que se lo permite sentir y en cuyo caso pone en marcha emociones adaptativas propias del duelo, como puede ser la tristeza, que permiten la elaboración de éste y poder integrarlo, cubrir el ciclo de satisfacción de necesidades y comenzar una nueva etapa en su vida, una finalidad positiva a costa de un malestar en el corto plazo mientras se vivencia todo ese dolor y tristeza, que generan conductas de inhibición, apatía o llanto.
La otra opción, consiste en intentar evitar la experiencia lógica e inevitable de dolor tras la ruptura. Esto puede hacerse, de múltiples formas, pero en esta entrada analizaremos las conductas sexuales.
Distintas investigaciones, muestran que las personas cuando terminan sus relaciones, vuelven a reactivarse sexualmente. Esto se debe en parte, porque cuando una pareja está mal no suele haber mucho apetito sexual, y sobre todo, porque parece que uno de los grandes motivos de esa reactivación de la vida sexual, es el despecho.
Podemos entender el sexo por despecho como “aquel que se realiza para superar el dolor por un nuevo motivante sexual”, es decir, como una forma de compensar el malestar asociado a la ruptura con un nuevo proceso experiencial de signo contrario (el sexo provoca placer, y la seducción que muchas veces va a asociada a éste sentimientos de ser querido/valorado, control o poder). El sexo por venganza, en cambio, es aquel que se hace con la intención de hacer daño al otro, lo que nos habla de un registro emocional de Enfado/Ira frente al de la tristeza, que compensa los aspectos más desagradables de ésta (fortaleza de la ira frente a la debilidad de la tristeza, control frente al descontrol…) y, que, en algunos casos, viene acompañado de la intención de hacer volver a aquel con el que hemos finalizado la relación (de forma que si volvemos a estar con nuestra expareja, acabaremos con aquello que nos genera dolor)
Este tipo de instrumentalización del sexo es más frecuente en quien tiene problemas de amor propio, de forma que suelen buscar a través del logro de la conquista sexual compensar sensaciones de falta de valía interna y buscan escapar de su propio dolor emocional a través de la vía de escape que ven en follar. No es extraño por tanto, que exista más este sexo por despecho y como vía de escape cuando las rupturas son más dolorosas y de relaciones más signficativas.
Finalmente señalar, que el sexo tras una relación de pareja, no tiene por qué ser algo patológico o negativo, sino que la clave está en el para qué tenemos esas relaciones. Tampoco es malo querer escapar momentáneamente del dolor y querer tener un respiro echando un polvo, pero sí es algo peligroso cuando siempre huimos de nuestro propio dolor y acabamos generando una dependencia de lo que empleamos para taparlo.