Perdona la expresión tan de mi queridísima Granada (o «Graná»), pero pocas recogen mejor la idea de estar cómodo, encantadísimo de estar así que “a gustico”, y eso es algo que, aunque parezca sorprendente, encuentran muchas personas en el hecho de ser (o más bien de ir de ello o haberse convertido en ello) por la vida.
Quizás el título te resulta chocante, pero si te paras a pensarlo conoces a gente que siempre parece incapaz de afrontar lo que le ocurre, que se desborda fácilmente con cada cosa que le pasa, que parece instalada en el “yo no se hacer eso” como si fuese incapaz de aprender. Frágiles como si se fuesen a romper. Esto no va de enjuiciarlos (sino de intentar comprender qué los ha llevado a ello), lo hacen porque es su forma de intentar protegerse de hacer aquello que les da miedo o duele, como también hacen los que van de fuertes (pero de eso hablaré otro día en el blog).
Aparentemente, esto no tiene nada de bueno, pero, ¿para qué lo hacen? Pues básicamente porque, siendo débil (o más bien mostrando nuestra debilidad) las personas podemos evitar un montón de situaciones que nos abruman y que nos dan miedo, ya que encontramos en nuestra propia debilidad una excusa, una justificación para no encararlas y hacerles frente, como muy bien señaló el psicoterapeuta Jonh O. Stevens. Si te paras a pensarlo es congruente, ¿cómo vas a poner a una damisela frágil y débil a pelear con un dragón? Así que la persona se siente cómoda en su debilidad, pues la mantiene protegida en una pequeña parcela donde se siente segura, en una definida “zona de confort” si me permitís el término de vídeo motivacional de medio pelo.
Además, la debilidad confiere otro superpoder a parte del de evitar y huir de lo que no queremos hacer: El de manipular a otros. Pocas cosas nos dan una excusa tan buena para hacer que otros hagan cosas por nosotros como ser débil o incapaz. Apelas a la compasión del otro o a su conocimiento de que la persona débil no lo hará bien o sencillamente no se pondrá a ello, por lo que terminas haciendo aquello que quien hace de la debilidad su bandera no quiere. Qué increíble capacidad, seguro que viendo cómo puede convocar a otros para que hagan las cosas por él ya no te parece tan débil, ¿verdad?
Además, que las personas que van de débiles aparenten ser seres asustadizos y sin media ostia pueden utilizar su incapacidad y fragilidad como un arma pasivo-agresiva, mostrándose lastimeras y evidenciándote lo mucho que sufren cuando tú no les ayudas o les “abandonas”, haciéndote sentir culpable en un ataque pasivo-agresivo de increíble efectividad, especialmente si eres una persona que va de fuerte o de cuidador, como es mi caso personal. A esto señalar que además ahí te hacen sentir súper bien, buena persona y capaz, lo que se convierte en la galletita de narcisismo y ego que te dan por hacer lo que ellos querían, como si fueses un buen perrito que da la patita.
En esto no hay que ser cabrones y empezar a tratar a todas las personas que van de débiles como garrapatas manipuladoras que explotan a otros (ese es su “juego”, aunque todas las personas jugamos a algo en mayor o menor grado), sino entender que normalmente no son procesos que se hacen de forma muy consciente, siendo algo más bien automatizado. Es una actitud o hábito y forma de estar en la vida que la persona probablemente escogió en algún momento de su historia vital porque vivió algo muy doloroso a lo que no se podía enfrentar y se quedó “enganchada” en esa vivencia de no poder (un niño que es maltratado por su padre y ante el que no puede defenderse, por ejemplo) porque fue lo más adaptativo que podía hacer para hacer frente a una situación difícil. O quizás porque se le “castró” desde pequeña haciéndole sentir vulnerable e incapaz. No lo hacen de forma intencionada ni con mucha idea de ello, pero sí que lo hacen y sobre todo es algo que se puede cambiar.
Lo importante es entender que no es que sean débiles, sino que más bien van de ello. Se instalaron en eso, y su fortaleza, como un músculo que no se ejercita, se atrofió. Entender esto es vital, porque una minusvalía, una falla estructural o algo que “se es” no puede cambiarse, pero un músculo atrofiado sí que se puede, sólo necesita que se empiece a ejercitar, con pequeñas cosas primero e ir avanzando después. Los primeros ejercicios serán temblorosos y nimios, pero poco a poco cogerá tono muscular y se desarrollará.
Sólo hace falta su capacidad de decisión y de elegir cambiarlo, que es la gran responsabilidad y poder del ser humano.
También pagan un precio muy alto: suelen ser personas propensas a la ansiedad (pues tienen su sistema de alerta muy activado para prevenir cualquier potencial amenaza), se torturan mucho con lo que deberían haber hecho o por qué son así de incapaces, en un doble juego con su propia debilidad de las que son las mayores víctimas. Además, se ven esclavos de muchos “mecanismos compensatorios” para crearse una sensación de tranquilidad, como hipercontrolar pequeñas cosas (limpieza, aspecto físico, imagen social…) para tapar así las que no se sienten capaces.
Como me enseñó el gran psicólogo Javier Barbero, las personas, todos nosotros, tenemos derecho a la debilidad (y a la tristeza, a la rabia, a la ansiedad, al dolor…), pero no a instalarnos en ello.
Buenaventura del Charco pasa consulta cómo Psicólogo en Marbella, Granada y Online. Realiza docencia como profesor invitado en la Universidad de Granada y como director del proyecto Marbella Cuida.