Levantarse sin ganas, no tener fuerzas, incapacidad para disfrutar, sentirse vacío, saber que algo te gusta, pero ser incapaz de poder hacerlo, todo pesa, todo supone un esfuerzo, tanto, que incluso cuando lo haces eres incapaz de disfrutarlo, aun sabiendo que eso que haces, te gusta.
Quizás esta es la mejor descripción que puede hacerse de la Anhedonia y la Apatía, síntomas característicos de la depresión, pero que pueden darse sin el “paquete completo” (tristeza, desregulaciones biológicas…). Concretamente, el significado de la palabra anhedonia es la de la incapacidad de sentir placer o disfrute, y la apatía hace referencia a un cansancio general y una sensación de falta de energía para poder desempeñar actividades y obligaciones.
También puede darse una “apatía emocional” basada en la incapacidad o disminución de la capacidad de demostrar emociones, una especie de indiferencia y falta de empatía, que viene de ese cansancio, para cualquier cosa, incluido sentir o preocuparse por algo.
Pero creo que este tipo de descripciones, frecuentes en la psicología imperante, y basadas en describir qué es la apatía y la anhedonia (o el síntoma/diagnóstico que sea) nos ayuda poco a entender por qué ocurren y cuál es su función, algo cuyo entendimiento es clave para poder plantear su tratamiento y solución y también para no culpabilizarnos o estigmatizarnos por ello (algo que como veremos más adelante, es un aspecto crucial)
Existen diferentes tipos de explicaciones, pues en este, como en tantos otros temas, las diferentes corrientes de psicología presentan posturas distintas en función le den más valor a un aspecto u otro. Así para los aspectos más psiquiátricos y biologicistas el aspecto fundamental es el déficit de serotonina, una sustancia que tiene mucha importancia en la regulación del sueño, del deseo sexual, en la motivación y en la energía que sentimos tener. Con todo, como en cualquier explicación de éste tipo, no da una explicación clara de por qué aparece un descenso en esa sustancia, y es que es importante entender que ver que algo ocurre no es saber por qué ocurre.
Es por esto por lo que, desde modelos más psicológicos o mentalistas, abogamos que el resultado de lo que ocurre bioquímicamente en nuestro cerebro no es lo que determina la forma en la que funcionamos, sino más bien al contrario, cómo vivimos la vida provoca cambios en nuestra química cerebral (de la misma forma que cómo como provoca cambios en mi metabolismo y procesos digestivos). Con todo, creo que es importante entender la influencia de los aspectos biológicos pero sin caer en el reduccionismo de explicarlo todo en base a éstos, sino entenderlos sólo como un resultado de un proceso más complejo o un modulador de algo que ocurre. También es importante a la hora de entender el papel fundamental que pueden jugar los antidepresivos, que actualmente los más frecuentes son los Inhibidores Selectivos de Recaptación de Serotonina (ISRS) como el Motiván, el Prozac o el Escitalopra, que ayudan a aumentar los niveles de este neurotransmisor para que tengamos más energía y ganas de hacer cosas, algo que puede ayudarnos a arrancar y ponernos en marcha, lo que es muy positivo aunque no sea toda la solución del asunto.
Desde los modelos conductistas, que es el tipo de psicología más implementada en casi todos los países del mundo, que todo lo que dice es cierto, pero, en mi humilde opinión peca de miope y de quedarse sólo en la superficie de lo evidente y visible de procesos complejos, la apatía y la anhedonia vendrían sobre todo como resultado de dejar de hacer cosas. Algo así como la “no actividad lleva a la no actividad”, y que cuando una persona deja de verse activa y de disfrutar de cosas, de tener experiencias agradables, poco a poco se va a apagando y parando, de forma que pierde esa inercia conductual que le hacía moverse sin esfuerzo y cada vez todo le cuesta más y más. Siendo esto un fenómeno fácil de ver en cualquier persona con depresión o que se va aislando, explican poco qué llevó a esa persona a ir haciendo cada vez menos cosas (no creo que nadie decida tirarse en un colchón y mandar todo a tomar por culo porque sí) y en su intento de solución, lo que denominan “activación conductual” y que consiste en volver a hacer cosas y activarse, sea haciendo deporte o volviendo a hacer cosas, sobre todo que antes me gustasen, aunque sean “sin ganas”, para sí, poco a poco volver a poner la cosa en marcha, creo que no tienen en cuenta algo básico: ¿cómo me pongo a hacer cosas si no tengo energía? ¿Si no disfruto con ellas porque las hago “obligado” tendré motivación para ello? ¿realmente recupero ese “tener cosas agradables” en mi vida si estoy anhedónico?
No dudo tanto en que sea afectivo, sino en si una persona con una apatía y anhedonia grande, será capaz de hacerlo. También, que volver a ponerse en marcha, me parece sólo paliar el síntoma, y no ir a la raíz del asunto: lo que me hizo pararme.
Y es que, si bien algunas veces es circunstancial: un duelo, una baja médica o similares, la mayoría de las veces las personas dejan de hacer cosas y se paralizan fundamentalmente por 3 motivos: falta de sentido de vida, autoexigencia y autocrítica o autoabandono.
En la primera, como falta de un propósito vital aparece un vacío existencial en el que como nada tiene un significado profundo paso a tener un desinterés y desgana con todo. Es importante por tanto no poner a la persona a retomar las cosas que hace, porque rápidamente volveremos al mismo punto, sino a ayudarle a buscar sus propias contradicciones y descubrir cuál es un sentido de vida honesto y significativo para sí mismo y qué le da miedo de aplicarlo en su día a día.
En la segunda, que actualmente es la más frecuente, la persona está todo el día poniéndose estándares que tiene que alcanzar, en búsqueda de una serie de logros con los que construirse una falsa y frágil autoestima, a fin de tapar con esos éxitos y fortalezas lo que no acepta de sí mismo. Esto le lleva a una gran presión en todo lo que hace y a un automachaque continuo que acaba destrozando a cualquiera y a generar un miedo al fracaso que dejamos de intentar cualquier cosa, sabedores de que estaremos tan pendientes de hacerlo bien que no disfrutaremos de la experiencia y se nos convertirá en un difícil y estresante examen.
Para solucionar esto, desarrollar una serie de respuestas autocompasivas, frenar nuestra voz autocrítica y entender por qué nos sentimos poco válidos para poder cambiarlo son elementos fundamentales en el tratamiento.
En la tercera, la persona decide abandonarse, bien porque es consciente de que nunca conseguirá hacerlo del todo bien en base a esos criterios perfeccionistas y exigentes, o bien porque ha sido una persona poco cuidada a lo largo de su vida, lo que le lleva a no sentirse importante ni responsable de su autonomía y dolor. Éste autoabandono le lleva a pasar de todo y no implicarse con nada, algo que sólo se revertirá si aprende a ver su malestar y a conectar con su deseo y responsabilidad de hacerse cargo de sí mismo.