Se nos habla mucho con cómo conseguir tener éxito, se nos advierte (o más bien se nos mete miedo) con cómo intentar no meter la pata, pero se nos habla poco, muy poco o más bien nada, sobre una verdad incómoda: vamos a tomar decisiones erróneas o fallar muchas veces. Cagarla está presente en todas las biografías, de hecho, las personas “exitosas” (y lo pongo entre comillas porque me pregunto por qué coño vemos como exitoso al que monta una empresa y no al que es feliz con su familia, por ejemplo) suelen tener un amplio currículum en errores que cometieron. Parece que no se salva ni Dios de esto y, sin embargo, nunca se nos prepara para ello, nunca se nos dice que debemos aceptar que fallar forma parte de la vida, que, por mucho que nos esforcemos, debemos aceptar que la cagaremos frecuentemente y eso incluye a temas de poca importancia, pero también a temas de gran trascendencia.
A fin de cuentas, la vida es un continuo de decisiones, una tras otra. No puedes pedir un tiempo muerto o dejarlo para mañana porque necesitas descansar y estás saturado (momento a momento, instante a instante) estás decidiendo, a veces incluso sin darte cuenta, y es IMPOSIBLE que todas las decisiones sean adecuadas. A fin de cuentas, es una puta cuestión de estadística: hasta Messi fallará goles si tira diez mil penaltis, LeBron canastas si son mil tiros libres o Nadal mil saques de tenis. Y eso que es algo, para ellos, bastante sencillo. A mí el deporte se me da como el culo, pero desde luego es algo fácil de entender y visualizar: con reglas claras y una técnica concreta para su ejecución. Y aun así hasta estas grandes figuras la cagarían. ¿Cómo no vas a fallar tú en algo tan ambiguo como saber si una persona es la adecuada para tener una relación de pareja o para alguna de las diez mil cosas que haces o dices en tu día a día en tu trabajo o con tus amigos?
Nos obsesionamos con el miedo a cometer esos errores, lo cual nos genera una ansiedad espantosa, un miedo que incluso a veces nos bloquea, sin atrevernos a tomar acción por el pánico a no hacerlo bien, algo que, finalmente nos lleva a meter la pata precisamente por no intentarlo (¡qué chorprecha! Quién podía esperar que no hacer nada no fuese a funcionar).
Quizás deberíamos aceptar que vamos a meter la pata, pero no un poco, sino hasta el corvejón y que lo importante no es tanto evitar ese momento, sino tener la humildad y la honestidad con nosotros mismos para reconocerlo, no escudándonos en el orgullo o en un intento desesperado por “arreglar” lo torcido que suele llevarnos a joderla aún más. Quizás deberíamos entender que si el error es algo que simplemente pasa, lo importante no es obsesionarnos con intentar evitarlo, sino aprender a no torturarnos con ellos. Y lo haremos una autocrítica perfeccionista que se encarga de fustigarnos hasta sangrar por cada uno de nuestros inevitables fracasos y comprender que poner el foco en lo que hicimos mal sólo servirá para no darnos cuenta de los errores que vamos a cometer ahora (algunos quizás si son evitables) y sobre todo que eso no sólo implica una dosis extra de sufrimiento (la cagada + la paliza autocrítica) sino sobre todo, una traición a ti mismo y construir una relación de mierda con la única persona que te acompañará toda la vida: tú.
Recuerdo que, en mi primera terapia, Juanpe (mi psicólogo y mentor) me comentó que la psicoterapia te sirve para entender tu camino (aquello que es realmente importante para ti y que cuando eres congruente con eso, estás en paz contigo mismo) y que por mucho que lo trabajase en sesiones algún día volvería a hacerlo mal. Cuando llegó ese día, me senté en la butaca y empecé a despotricar contra mí “joder, soy un gilipollas, he vuelto a exigirme ligarme a una tía” “de nuevo un puto yonki de gustar, olvidándome de mi y haciendo cualquier sacrificio por ello” y algunas otras lindeces. Entonces él me dijo: Te has salido del camino, ok, ahora, simplemente, vuelve a él. El camino dura toda la vida, así que es imposible que no te salgas de él muchas veces. Bien porque te distraes, bien porque corres asustado, bien porque no logras verlo claramente, sea como sea, cuando te veas fuera del camino, simplemente tienes que volver al mismo sin angustia ni culpa, porque ya sabes que te funciona. Al final, te irás tanto del camino que serás un experto en el volver, y entonces, salirte del camino dejará de tener importancia” (qué cabrón, que bueno es el jodío).
Decía Schopenhauer que no tiene sentido tratar de evitar el sufrimiento, porque este es inherente al hecho de estar vivo, así que era una obsesión que no servía de nada, y creo que no es difícil coger esta premisa y extenderla al hecho de cometer grandes errores y fracasos en nuestra vida, por eso para mí lo importante no es tanto “hacerlo bien” como “hacerlo honestamente”, ya que nunca sabemos que será lo adecuado cuando tomamos una decisión, y nunca tenemos el control absoluto de todas las variables como para que salga bien. Sin embargo, sí que tenemos la posibilidad de controlar algo casi al 100%: que intentases hacer lo que estuvo en tu mano por aquello que tú entendías que era lo adecuado. Si te equivocas, lo enfocaste mal, tuviste mala suerte o la mierda que ocurra, al menos tendrás el consuelo de haber sido congruente. Parece una chorrada, pero te aseguro que no es baladí: la vida me da mucho menos miedo (aunque con cosas me sigo cagando) desde que entiendo que lo importante es ser fiel a mí mismo, no hacerlo bien o mal. Y eso me da una paz interior que flipas.