Tenemos obsesión por las experiencias, por exprimir cada momento y sacarle todo su jugo, por salir de lo cotidiano. Este fuego se ve alimentado por un montón de frases hechas y fáciles tipo “no cuentes días, haz que cada día cuente” (que no son malas pero que nos venden de forma reduccionista y extrema) o por influencers que te enseñan algo nuevo y super especial a diario. Queremos alejarnos continuamente de todo lo que no sea super especial, como si tuviésemos que andar subidos en un unicornio mágico cabalgando sobre el arco iris todo el jodido rato. Pues, siento decirte, querido amigo, que la vida es bastante gris. Que gran parte del tiempo no ocurre nada relevante, y que en cierto modo es lógico que sea así.
Está bien que no quieras ser un autómata, que quieras sentirte vivo. Pero para sentirnos conscientes y vivos, para “vivir plenamente” no necesitamos que ocurran cosas super espectaculares o novedosas en nuestra vida, simplemente necesitamos intentar vivirlas de forma mas humana. Contactar más con lo que estamos haciendo y ser más conscientes, y sobre todo permitirnos sentir más y compartir lo que sentimos con otros, mostrarlo a pesar del miedo a ser juzgados para poder contactar de verdad con otro ser humano.
Sin embargo, hemos asociado esa vida “no vivida” con lo cotidiano, así que parecemos pensar que la mejor manera de romper esto es la búsqueda de “nuevas experiencias”. Tener planes que nos saquen de lo cotidiano, que sean súper especiales, o innovadores… Por todo esto, creo que se nos va la olla bastante con este tema. De forma que no es difícil conocer a personas que están siempre buscando y organizando este tipo de planes, tanto que se acaban estresando con ello.
Y es que cuando tener experiencias se convierte en un nuevo “must have” o “tengo que” y dejamos de hacerlo como algo que nos apetece y que elegimos se convierte en algo que nos exige, que nos demanda esfuerzo y atención que aceptamos sin valorar si, realmente queremos hacerlo y nos merece la pena.
Porque como todo, hasta lo bueno y agradable como tener experiencias tiene un coste, y el tiempo, recursos, atención y esfuerzo que pones en eso es a costa de otras cosas que quizás sean más importantes, te hacen más feliz o disfrutas más por alguna extraña razón. Yo por ejemplo le doy un valor que te cagas a dejar a mi mente divagar en gilipolleces o leyendo el periódico mientras desayuno en una cafetería, aunque no sea un bowl de açaí o un súper brunch y sea el típico pan con aceite y tomate y un buen cafelico con leche, cosa que prefiero. Por no hablar de que nos hace un poco esclavos, un poco menos libres…
Pero esto no sólo nos provoca esfuerzos, recursos y el estrés de estar siempre organizando esos momentos “súper especiales”, sino que hace que pasemos a tener cierta intolerancia a lo cotidiano, que lo vivamos como una pesada carga porque no nos estimula de forma especial. ¿Es que somos putos yonkis que necesitamos siempre nuestra dosis de “especialidad”? ¿Es que nos aburrimos tanto o tan miserable es nuestro día a día?
A veces además, estamos tanto tiempo planeando lo especial que nos perdemos cosas importantes que ocurren en nuestro día a día, como esa conversación intrascendente pero agradable con un amigo.
Por definición, cada momento no puede ser especial, si no hubiese momentos normales no podría haber los especiales. Y es que como ya planteó Thurstone en su ley de juicios comparativos* las cosas que no podemos medir las calculamos por comparativa: observando un momento y tomando nuestro día a día como referente, podemos calcular cómo de especial es.
Y luego está lo que en psicología conocemos como “habituación” que hace referencia a que a todo te acostumbras vamos y entonces pierde su brillo especial. Si continuamente hago una escapada, voy a un restaurante súper chic o me dan una sorpresa, pues eso va perdiendo su valor, porque pasa de ser especial para ser mi rutina de cosas especiales.
Escribo esto y me viene a la mente la frase de John Lennon “La vida es lo que te pasa mientras tú planeas otra cosa” y me río entre dientes, sarcástico como soy. Las cosas no suelen pasar como tú quieres que pasen, normalmente, cuando te imaginas ese momento super especial es mejor en tu mente que en la realidad, y si no te exiges que sea tan super especial no pasará nada, pero si necesitas (o crees eso) que sea una experiencia de las que marcan te frustrará enormemente que algo falle o que luego no sea tal y como tú lo imaginaste.
Lo trascendente y lo especial, no es tanto algo que provocamos, sino algo que ocurre y que luego tomamos consciencia de su significado e importancia. Si piensas en la mayoría de cosas memorables de tu vida verás que fueron más cosas que ocurrieron porque sí que porque tú las planeases.
¿Por qué necesitamos tanto las experiencias? ¿postureo? ¿Para evitar mirar nuestra tristeza o enfado? ¿Para llenar nuestro vacío existencial? ¿Por un consumismo llevado a “las experiencias? ¿Contarlo en redes sociales?
La vida es como es, no como nos gustaría que fuera. La vida a veces es cotidiana y hasta aburrida. Y no es tan malo, venga campeón, que puedes con ello.
*= creo que esto fue lo único que aprendí en Psicometría, una asignatura de la carrera que era un coñazo enorme sobre cómo se mide en psicología cosas que no se pueden medir. Así que lo cito mucho, que estudié un montón (para sacar un 5 “pelao”) y para algo que le saqué… Cada vez que puedo citar a Thurstone y su ley del juicio comparativo me acuerdo de ese ladrillo de asignatura y la hago un poco útil y se convierte en toda una experiencia. Qué gustico.