Me sorprende enormemente cómo hemos normalizado el malestar psicológico en nuestra sociedad. Hablamos de ella con total normalidad y palabras como estrés, ansiedad, distimia, rumiación, anhedonia u obsesión dejaron de ser léxico exclusivo de los profesionales sanitarios para comenzar a formar parte de la población común. También el nombre de pastillas para la ansiedad, la depresión u otros psicofármacos como Lexatin, Motivan, Tranquimazín, Lorazepam, Fluoxetina, Valium o el mítico Prozac, y es que hay que recordar que España es el país donde se toman más ansiolíticos del mundo, por encima de países con mucha más población como Estados Unidos, Alemania o Japón. Búsquedas en Google como síntomas de la ansiedad y ataques de ansiedad acumulan más de 60 mil consultas solo en España. Ya todos sabemos qué es la ansiedad, qué son los ataques de pánico y el nombre de diagnósticos como el trastorno de ansiedad generalizada o la depresión mayor no son por desgracia desconocidos.
Incluso a nivel literario, los problemas de salud mental, inestabilidad emocional y búsqueda de la felicidad se han convertido en habituales: casi todos los periódicos tienen secciones sobre bienestar personal en el que los temas psicológicos ocupan el aspecto principal y el género de la autoayuda es el segundo más vendido en nuestro país sólo superado por la novela. Casi nada.
Pero para mí, lo más llamativo es cómo hablamos más de control de la ansiedad, gestión del estrés, manejo del estado de ánimo depresivo, regulación de la distimia… Puede que te parezca normal, pero si observas estas frases encontrarás que conllevan implícitas tres ideas:
1.- Que los síntomas psicológicos parecen algo con lo que tenemos que convivir.
2.- Que sólo se habla de cómo paliarlos y reducir su impacto pero no de erradicarlos o intervenir más allá que en el síntoma.
3.- Que se habla de ellos siempre en términos individuales.
El primero es el que más me chirría. Parece que la ansiedad, el estrés, la tristeza profunda o la falta de sentido de vida son algo inherente a la vida humana, y esto no es así. Los síntomas psicológicos y sus respuestas emocionales son el indicador de que estamos forzando la máquina, de que estamos ignorando nuestras necesidades emocionales y psicológicas de descanso, valía incondicional, afecto, autenticidad y contacto social. No aparecen por germinación espontánea, no son virus como el gripe o el covid que podemos coger y nos infectan y de pronto estamos mal, hablan sobre cómo vivimos y cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con otros… Y esto nos lleva al segundo punto.
El exceso de psicología superficial y reduccionista, basada únicamente en técnicas para síntomas específicos nos ha hecho perder la visión de conjunto del ser humano y buscar no sólo lo universal (cómo se expresa el síntoma y abordarlo) sino también lo subjetivo, lo individual de cada ser humano y persona en concreto. No debemos resignarnos a vivir con malestar psicológico, contentándonos con aplicar técnicas psicológicas o hábitos saludables para combatir la ansiedad o la depresión, hemos de identificar las variables de nuestra vida que nos están impidiendo vivir con normalidad y es ante esa falta de ella por lo que nuestro cuerpo chirría y se queja, creando esas respuestas disfuncionales: problemas que no reconocemos, emociones que reprimimos, conflictos que rehusamos, aguantar cosas que nos hacen daño, no atrevernos a ser auténticos y mostrarnos por el miedo al rechazo, ser esclavos de la aprobación externa, los miedos que no enfrentamos…
Pero no sólo son problemas individuales, y vamos al tercer punto, nos cuentan que los seres humanos somos entes independientes, y aunque soy un firme defensor de la libertad individual y de la capacidad que tiene el ser humano para llevar las riendas de su vida a través de la elección consciente y responsabilizada, es absurdo cómo estamos negando la influencia evidente de lo social y lo comunitario. No todo es individual, no todo depende de las ganas, de las herramientas individuales, forma de ver la vida o de la actitud.
Los mensajes de los medios de comunicación que nos censuran por buenismo y nos juzgan continuamente, vivir bajo el látigo del perfeccionismo imperante en las redes, vincular el valor de las personas a su productividad y características, el consumismo desmedido, la creación de necesidades e insatisfacción por parte de la publicidad, la desresponsabilización y definición de nuestra realidad por supuestas identidades colectivas, la obsesión con el éxito, los objetivos y la felicidad causan un impacto brutal en nosotros, especialmente en nuestra autoexigencia, autocrítica o desresponsabilización, factores claves para el bienestar psicológico.
Las condiciones laborales y económicas, cada vez más marcadas por la inestabilidad, el teletrabajo deshumanizado, la desquiciante multitarea, la no existencia de límites y horarios con lo laboral por el efecto del whatsapp y el email, la precariedad salarial, la temporalidad en los contratos… Todo eso también afecta y mucho, al bienestar psicológico y es algo sobradamente demostrado por la literatura científica y académica.
El vivir en una sociedad líquida, donde ya nada es para siempre y todo es efímero: personas, relaciones, familias, ciudades, trabajos… Donde no hay referentes claros ni valores más allá del dinero y el consumismo. El papel de la tecnología con su hiperconectividad, consumismo de estímulos e incapacidad para desconectar. El desarraigo de las grandes ciudades, de los tiempos sin descanso, de la sensación de no llegar y la prisa, del miedo al aburrimiento y la pausa, de no recibir información externa y escucharnos…Todo eso, lógicamente también afecta. Espero que este artículo sirva para pensar menos en términos de “5 tips para manejar la ansiedad”, “como controlar la ansiedad” o “pastilla para la ansiedad” y podamos empezar a no aspirar a simplemente sobrevivir cada uno por nuestro lado sino a poder vivir plenamente, como individuos libres e independientes pero copartícipes de una sociedad a la que le hace falta mucho espíritu crítico. Seamos ambiciosos en nuestro bienestar y nuestra responsabilidad de cuidarnos… Yo prometo hacer mi parte como psicólogo en Marbella, Granada, trabajando a nivel individual y en las redes sociales y como docente de la seguridad social para aportar mi granito de arena a nivel colectivo.