Como profesor universitario y tutor de prácticas de muchos estudiantes de psicología y psicólogos realizando su especialización en máster, tengo el placer de observar la evolución que realizan mis alumnos de ser psicólogos “de manual” y “técnicas” a ser profesionales sanitarios con visión clínica.“En sanidad, 2 y 2 nunca son 4” es una frase que he oído escuchar a médicos a lo largo de mi infancia (nací y me crié en una familia en la que casi todos sus miembros lo son), y, sorprendentemente, es algo que se les olvida con frecuencia a muchos psicólogos. Esta frase quiere hacer referencia a cómo muchas veces, las cosas no son lo que parecen, ya que aunque los síntomas, problemáticas y técnicas de tratamiento son algo muy estudiado, existe una parte fundamental que los manuales, por muy exhaustivos que sean, nunca podrán abarcar: cómo aquello que es objeto de intervención, coexiste con la idiosincrasia particular del paciente.
Una técnica o tratamiento, a pesar de que se ha desarrollado de forma que su implementación sea universal, no es de aplicación universal. Es decir, aunque a todos los pacientes se les podría aplicar, no significa que haya que hacerlo, aun cuando dicha técnica o tratamiento está desarrollado para ese síntoma en concreto. Un psicólogo debe ser un profesional sanitario que va más allá de ser un mero aplicador de protocolos de tratamiento, y no porque los protocolos tengan nada de malo, sino porque se ha de observar cómo se desarrolla la problemática en la vida del individuo y cómo interactúa con todas las variables: Historia de vida y aprendizaje, estilos de afrontamiento, características ambientales, factores biológicos…
Un psicólogo debe ser un profesional sanitario que va más allá de ser un mero aplicador de protocolos de tratamiento
Hay que entender que la técnica es una herramienta, y que de por sí, no es una solución, sino que depende de cómo se aplique y, sobre todo, que esa aplicación tenga sentido en las necesidades del paciente. Así como puedo emplear un taladro para poner unos tornillos innecesarios en la construcción de una mesa, o incluso que la estropeen, aunque los tornillos estén bien colocados y sujetos y mi uso del taladro sea adecuado, puedo emplear una técnica que es eficaz para un síntoma en concreto sin entender que ese síntoma es provocado por otro factor o que puede ser iatrogénico el empleo de dicho síntoma.
El ver los síntomas como problemas aislados, desarrollando simplemente un listado de los mismos y generando un plan de intervención para cada uno de ellos, es como mínimo, una opción más costosa, ya que muchos síntomas provienen de un mismo problema y tendremos que ir aplicando técnica por técnica para desmontar cada síntoma o los síntomas se volverán recurrentes, causando en el paciente sensación de profunda desesperanza o no solución o incluso, puede convertirse en algo perjudicial para éste, ya que muchas veces, una técnica que aparentemente provoca mejoría en el síntoma, genera problemas en otro o en temas de mayor calado (estilo de afrontamiento, locus de control, intolerancia a la frustración, autoestima basada en el logro…) que afectan a más conductas problema.
Pondré a continuación algunos ejemplos para ilustrar cómo a veces, una técnica que aunque aparentemente es adecuada, puede convertirse en problemática:
Paciente que acude a psicoterapia cognitivo-conductual por un Trastorno de Ansiedad Generalizada, debido a una gran rigidez cognitiva y una tendencia a la evitación experiencial que le generan altos niveles de ansiedad y estrés. Aparentemente, enseñar a esta paciente técnicas de control de la ansiedad como puede ser la relajación muscular de Jacobson, puede ser un planteamiento adecuado al síntoma “altos niveles de ansiedad”, pero si vemos cómo encaja el síntoma de la alta ansiedad en la idiosincrasia del paciente, cuya raíz del problema es el hipercontrol de todo para evitar el malestar que le genera que las cosas no salgan según sus criterios, dotarle de mayores y más efectivas estrategias de control es el equivalente a pretender apagar el fuego de un incendio echándole gasolina en lugar de agua. Esta paciente requirió crearle una apertura experiencial en la que entendiera que lo mejor no era controlar la ansiedad, sino exponerse a ella y dejar de vivirla como algo tan aversivo y fóbico, sino como algo que le daba información de cómo vivía determinadas cosas y un proceso natural en la vida, que generaba más distorsión en su vida si se intentaba controlar evitativa y compulsivamente que si lo aceptaba y se lo permitía sentir.
El psicólogo debe ver cómo se articulan esos síntomas entre sí y cuál es el denominador común de los mismos, creando un plan de intervención que responda a ambas realidades
Paciente que acude a psicoterapia humanista, se realiza con la misma un profundo trabajo de “permitirse sentir” la tristeza y el dolor, y se combina con ejercicios de Focusing para aprender a identificar esos sentimientos en su cuerpo y como se evidencian en forma de sensación sentida. Aunque permitirse sentir es parte básica de esta terapia, y una “técnica” necesaria, adecuada según el modelo y apropiada, en esta paciente comenzó a tornarse en algo negativo, ya que finalmente, al venir a “conectar con la tristeza y el dolor”, la paciente obtenía un cierto efecto catársico conectando con su tristeza y con eso aliviaba su malestar sin tener que responsabilizarse del mismo, y más allá de sentirlo, hacer algo difícil y confrontativo con ello, por lo que, la empatía y la escucha activa que le ayudaban a conectar, le servía al paciente para no tener que hacer algo con su tristeza más allá de “vomitarla” en terapia, vivenciándola como algo que le legitimizaba en no tener que cambiar nada.
Paciente con diversos problemas de corte subclínico del estado anímico que acude a psicoterapia de Tercera Generación, se le aplica tratamiento de entrenamiento en Mindfulness para reducir el nivel de rumiaciones y mejorar su estado anímico, el paciente mejora en ello, pero comienza a refugiarse en la meditación como conducta evitativa y como forma de no tener que salir de su casa y enfrentarse con el mundo real, encontrando un refugio activo en la meditación, pero que a largo plazo, le generaba un fuerte sentimiento de incompetencia y falta de autovalía por no ser capaz de enfrentarse a sus problemas más allá que meditar para observar el malestar que le generaban de forma evitativa.
Estos tres casos, son solo ejemplos de cómo técnicas y planteamientos que pueden ser efectivos y de eficacia probada, consolidados así como ampliamente reconocidos pueden tornarse en estrategias disfuncionales de tratamiento ya que sólo se está viendo cómo actúan en el síntoma y no en la realidad del paciente, es decir, en cómo el síntoma encaja en todo aquello que sabemos del paciente y ciertas “variables de profundidad” como el estilo de afrontamiento, ciertos aspectos biológicos y ambientales, temperamento, estilo de apego, modos de funcionamiento (emocionales y cognitivos)…
Por tanto la labor de un psicólogo sanitario/clínico debe ir más allá de identificar problemas y aplicar técnicas específicas para ello, sino ver cómo se articulan esos síntomas entre sí y cuál es el denominador común de los mismos, creando un plan de intervención que responda a ambas realidades desde las herramientas que le aporte su modelo de psicoterapia, más allá de querer mantenerse en la seguridad ingenua e irresponsable de lo que plantean de forma genérica (y con bastante acierto) los manuales de psicoterapia. Tal y como decía Virginia Satir, hemos de entender que “El mapa no es el territorio” y los psicólogos, debemos priorizar lo que vemos en el territorio respecto a lo que hemos estudiado en los mapas, o estaremos trabajando con algo adecuado en lo teórico pero poco fructífero en lo práctico.
Buenaventura del Charco Olea ejerce como Psicólogo en Marbella, Granada y Online, además de como ponente o profesor invitado en diferentes Universidades, Congresos e Instituciones.