En esta era de desazón, en la que las personas parecen buscar de manera frenética, desesperada, respuestas y guías para saber cómo vivir, con una búsqueda del Santo Grial que nos permita esquivar el sufrimiento, como si no fuésemos capaces de afrontarlo, de aguantar el golpe y continuar caminando o como si el dolor, no fuese algo inherente al hecho de estar vivos, aparecen continuamente técnicas, filosofías, paradigmas, métodos y terapias de todo tipo que se presentan como la solución a dicho problema. La felicidad sólo depende de que apliques tal o cual método.
No veo mal que las personas se responsabilicen de su bienestar y de su felicidad (si bien creo que tenemos que tener una visión real de la misma y que esto no es no padecer o estar todo el rato en el subidón de la alegría o el éxtasis de la ilusión), de hecho sólo puedo sentir un profundo respeto por las personas que lo hacen, y como veo en mi consulta de psicólogo en Marbella o Granada, hacen un esfuerzo notorio por coger el toro por los cuernos de su vida.
Sin embargo, ésta loable actitud se pervierte, o más bien se deforma hasta lo infinito, cuando se cogen métodos y filosofías profundas y se les intenta convertir en algo reduccionista, simple y “precocinado” en la que el sujeto no tiene tanto que hacerse preguntar y buscar sus hondas y profundas motivaciones como aplicar el manual de instrucciones para la vida que plantean. Ésta tendencia, tan de nuestra era consumista que quiere convertir todo en algo aplicable, fácil y práctico convierte en caricaturas bizarras por deformarlas al extremo y exagerarlas. Y esto, está pasando mucho con los principios de un pensamiento tan profundo y complejo, como es el Budismo.
En primer lugar aclarar que no soy un gran experto en la espirtialidad budista, pero sí creo saber algo en esta pseudoespiritualidad actual, fruto de lo que veo en las redes, en esa extraña industria que es la autoayuda y el desarrollo personal (bien intencionada pero mal ejecutada y sobre todo planteada desde el que a mi entender es el enfoque equivocado) y en los testimonios de las personas que me cuentan sus problemas y sus intentos de solucionarlos en mis sesiones o que me escriben por redes sociales con tal fin. Que por cierto, flipo con lo mucho que algunas personas me elevan como si yo fuese a tener las putas respuestas a todo…
El caso, es que la idea del Desapego, es una de las que más se ha popularizado. ¿En qué consiste? Pues bien, según las enseñanzas del budismo, el origen de todo sufrimiento es el deseo, de forma que lo doloroso no es tanto lo que te pasa (que vayas mal de pasta, que te deje tu pareja, que no te guste tu aspecto físico…) si no el hecho de que comparas tu realidad con esa idea a la que estás apegado y no quieres renunciar. Esto te genera una continua insatisfacción, esto te impide reaccionar a tu realidad, esto te lleva a culparte y criticarte por no ser capaz de cambiar y conseguirlo, esto te hace aterrorizarte por crearte fantasías de terror por no alcanzar eso que deseas, esto te impide, simplemente, asumir la realidad tal y como es.
Cuando lo lees así, pues tiene todo el puto sentido del mundo. Y, en nuestra sociedad actual, en la que continuamente nos están creando necesidades que no tenemos gracias a la industria del marketing o nos restriegan por la cara cosas absolutamente inalcanzables (la vida del instagramer, el cuerpo de la modelo, el éxito del empresario, los hijos guapísimos de no se qué mamá super cool o la paz interior y felicidad del gurú de turno) parece más necesario que nunca o que tiene sentido explorar y transitar estas sendas.
Hasta ahí todo correcto. Bien por Buda, bien porque tengamos la apertura mental de coger la sabiduría de otras culturas que quizá pueden comprender mejor realidades donde la nuestra ha fallado (qué básicamente se basa en la idea de que el bienestar viene por cosas externas que tienes que intentar conseguir y evitar el dolor o displacer en todo lo posible).
El problema, reside no en el desapego, si no en desde dónde nos invitan a implementarlo. Me intento explicar.
La idea básica, el mensaje que puedes leer entre líneas si eres capaz de apartar la palabrería bonita, la música zen y una estética budista reducida al absurdo es que, si no deseas nada, si practicas el desapego de todo lo que ansias o te hace sufrir no tener, pues serás feliz. Ríndete antes de pelear si quieres. No te compensa tanto conseguir eso, así que aprende a relativizarlo, aprende a no querer nada y vas a ver cómo nada te frustra y no tienes que pelear con la perra vida. En definitiva, se un observador de tu vida más que un agente, y aprende a resignarte con todo lo que aparezca.
Éste es el peligro del desapego (o del desapego mal entendido): renunciar a vivir la vida por el miedo al dolor. No ser honesto contigo y con lo que necesitas o quieres y relativizarlo todo, en una automanipulación mental para intentar no sufrir. Convertirlo todo en algo innecesario o renunciar a todos tus deseos y apetitos para vivir tranquilico. ¿No es caso esto una traición a uno mismo? ¿No es contrario a la propia naturaleza humana? ¿No es una brutal falta de compromiso contigo mismo? ¿No es una frialdad absoluta ante el sufrimiento y una falta de empatía notoria? ¿No tiene un punto enormemente culpabilizador, ya que todo reside en que eres subnormal porque te aferras a desear ciertas cosas?
Claro que querer algo y no tenerlo implica dolor, como cuando pierdes a un ser querido, como cuando intentas algo y fracasas, como cuando de pronto la vida te golpea con su zarpa y te destroza el plan que tenías en mente o tu idea de cómo era algo (incluso tú mismo). El llanto, el desagarro, la ansiedad o la rabia son respuestas dolorosas, pero necesarias, para poder hacer frente a esa situación, curar la herida o asumir una realidad que a veces, nos cuesta encajar por dolorosa. Creo que también esos sentimientos, son el precio que pagamos por la dicha de desear algo y alcanzarlo: el goce de la comunión con el ser querido, el triunfo de alcanzar algo a través de nuestro esfuerzo, la sensación de orgullo al ser congruentes y pelear por lo que queremos, la lealtad con nosotros mismos, el consuelo y la compasión que nos damos al llorar por nuestro dolor.
Desde mi punto de vista, asumir el precio en dolor por una vida vivida, merece la pena. Ser un soldado fiel de uno mismo y enfrentar la realidad en vez de relativizarla o abstraerme de ella, merece la pena. Como decía ese crack de la psicoterapia que es Carl Rogers: “Me doy cuenta de que si fuera estable, prudente y estático viviría en la muerte. Por consiguiente, acepto la confusión, la incertidumbre, el miedo y los altibajos emocionales, porque ése es el precio que estoy dispuesto a pagar por una vida fluida, perpleja y excitante”.
Con esto no quiero hacer una invalidación en bloque al pensamiento budista y a la idea de desapego. Creo que hay ideas muy interesantes en ese gran corpus ideológico-espiritual-filosófico (que el bienestar viene del interior más que del exterior, la importancia del aquí y el ahora o su tolerancia con otras fes, creencias e ideologías, por ejemplo) y tampoco me siento con la legitimidad de juzgar algo que no conozco en profundidad…
Lo que yo intento aplicar o rescatar de éste concepto, es la idea de que quizás debo ser selectivo con donde pongo mis apegos (ponerlo en amar a otros, ideales con los que me identifico, relaciones significativas y no en cosas materiales, por ejemplo) aprender a diferenciar entre lo que deseo y lo que necesito para no aumentar la angustia y el malestar al no alcanzarlo, tener la humildad de renunciar o aceptar la derrota muchas veces y salir de mi ego, entender que ante realidades que no puedo cambiar puedo intentar desapegarme de ellas para aceptarlas y no seguir dándome cabezazos contra el muro o no centrar mi energía y atención en la queja y ponerla en cómo yo me relaciono con las cosas. Cuánta sabiduría y qué difícil de aplicar, o de intentarlo si quiera, como es mi caso, pues a pesar de que mi psicólogo actual, Teo, es budista y a veces en mi psicoterapia exploramos estos conceptos y me ayuda, no lo llego a conseguir.
Supongo que el problema no es la idea en sí, sino desde dónde se utiliza (como forma de escapar del dolor y de no pelear) o el reduccionismo con el que se intenta aplicar en la era de los eslóganes fáciles y la estética frente al sentido profundo y reflexivo.
Y antes de terminar, te pondré un par de apuntes que no he sabido meter en el artículo y que se me han quedado ahí, en el aire, pero no quiero condenar al limbo de las ideas:
- ¿No te resulta curioso como el budismo es súper cool y fuente de sabiduría y sin embargo lo que viene del cristianismo es denostado? Como si rezar el rosario no fuera una forma de meditación, como si la mística de San Juan de la Cruz o de Santa Teresa de Jesús no se pareciera mucho a lo que platean los budistas…
- Me encantó ver en un viaje, cómo en Tailandia, país donde el budismo es la religión mayoritaria pedían en los templos y tiendas donde vendían budas que los retrasados turistas, en busca de la fotito para el storie o la figura fetiche como suvenir, recordasen que eso no era una jodida moda ni un elemento de decoración, sino un sistema de creencias y religión -aunque muchas personas no consideran religión el budismo y es cierto que no lo es del todo- y no se lo tomasen a la ligera. Algo de respeto cojones!