Quiero empezar este artículo aclarando que la idea original no es mía. Desconozco de quien es, simplemente recuerdo leer un párrafo en una revista de psicoterapia hace años, no sabría decir ni donde, y se quedó ahí, como una idea. Una idea en la que he pensado algunas veces tomando café en la consulta y que he decidido desarrollar. No se si mis reflexiones estarán a la altura de un artículo del que no leí más que el primer párrafo, pero aquí están, espero de corazón que el autor no se sienta ofendido y que si alguien sabe de qué artículo se trata, estaría encantadísimo de leerlo*.
El arte se caracteriza en gran medida por lo mucho que cada autor personaliza sus obras. Una obra, nunca es igual que otra, aun siendo del mismo estilo e incluso del mismo autor. Cómo estaba el autor en ese momento, las características de la obra (e incluso los materiales de los que estaba hecha) determinaron cierto toque único, pequeños detalles que serán irrepetibles en la siguiente creación. En la obra no sólo está el tema a representar, sino también algo proyectado de forma más o menos intencionada por parte del artista. Sin lugar a dudas, el psicoanálisis con la idea de la sublimación y la proyección ha sido lo que más ha profundizado en este apasionante tema.
Pero, y ¿si algunas de estas cosas fuesen aplicables a la psicoterapia? Puede sonar a desvarío, o a que estoy hablando de modelos poco serios de psicoterapia. Creo que es una reflexión aplicable a todos los paradigmas más allá de los más “artísticos o creativos” -como el psicodrama o la arte terapia- que si bien son modelos respetables, creo que cuesta encontrar profesionales que los trabajen de forma seria y bien encuadrados y convertirlos en algo terapeútico más allá de cierta catarsis.
Casi todos los modelos artísticos tienen estilos propios que se rigen por una serie de principios y normas, de características que tienen que cumplir para poder ser considerados parte del mismo. De la misma forma que la Terapia Sistémica o la Terapia Racional Emotiva lo tienen, pero se trata casi siempre de una serie de “líneas generales” y técnicas que delimitan la el marco de lo que puede hacer y qué no, de por donde puede moverse el artista o psicólogo. El modelo deja muy claro casi siempre qué hacer, pero define poco el “cómo”, es decir, como hay que aterrizar esa realidad teórica y de principios al caso en concreto que se tiene delante.
En la salsa cubana, por ejemplo, hay un principio general “el chico busca a la chica y ella se resiste” y un compás 3×4, en el que se tiene que respetar un tiempo muerto cada tres pasos y en el que al final de cada compás cada bailarín debe acabar en el lugar del otro. Dentro de eso, cada bailarín puede decidir cómo quiere ejecutar esa salsa, desde improvisar sus propios pasos a realizar algunos que son “conocidos” si cree que van acordes al baile. Así tendríamos esas líneas generales que cada modelo de psicoterapia tiene (conectar al paciente con la emoción, hacer consciente lo incosciente, la circularidad del sistema, trabajar con su forma de percibir y distorsionar la realidad, manejo de contigencias que modulan la conducta…) que serían el equivalente a esa primera parte descrita, y luego estarían las técnicas (silla vacía, proyección libre, genograma, cuestionamiento socrático, relajación muscular…) y la propia conversación terapeútica que sería la forma en la que el psicólogo decide ejecutar su modelo.
En la salsa, como en la psicoterapia, no sólo hay algo reglado, sino que la acción es de doble sentido. No sólo lo hace el experto, sino que paciente y terapeuta “bailan y son bailados” por el otro, es una interacción que se retroalimenta y en la que cada uno es agente y receptor del otro y, por tanto, el entender lo que el otro quiere transmitir y lo que está sintiendo (empatía). La complicidad y conexión entre los bailarines (alianza terapéutica) son un elemento indispensable para la ejecución adecuada. Para que funcione, para que sea armónico y se cumpla el objetivo.
Además, tanto en la salsa como en la psicoterapia, cada baile no es igual al anterior, sino que cada canción “pide” una serie de cosas. De la misma forma que cada pareja, de forma que algo que funciona muy bien con un bailarín y una pieza, lo hace fatal con la siguiente. Por eso, el bailarín debe ver la manera de “aterrizar” y ejecutar esos principios y su conocimiento en esa persona y canción, ajustándose a ellas.
La psicoterapia, como el baile, no es sólo un proceso analítico y declarativo (aunque se pueda hacer) sino que es además un proceso experiencial que sólo se puede entender forma plena si se ejecuta, no sólo si exclusivamente se lee de ello. Es una habilidad procedimental, no sólo declarativa.
Es cierto que en la era del positivismo científico, donde todos los modelos (en mayor o menor grado) tratan de caminar hacia la estandarización que es indispensable para la tan ansiada evidencia empírica, esto puede sonar extraño o incluso negativo, pero creo firmemente que hay una parte de verdad en esto, y que la investigación y la creación de protocolos técnicos no puede ni debe excluir, sino complementar, la conexión entre los dos actores de la psicoterapia (paciente-terapeuta). La intuición y ojo clínico del psicólogo y aquello que “le pide” esa terapia y el profesional sanitario entiende de una manera visceral o experiencial. Que cada paciente es diferente y la ejecución del principio general debe ajustarse y personalizarse al otro (ahora en EEUU se habla cada vez más del tayloring de las psicoterapias).
No digo para nada que el empirismo sea negativo, ni tampoco el relativismo del todo vale (que tanto daño le ha hecho a la psicología y contra el que estoy muy en contra) sino entender que debemos conocer las técnicas y teorías con rigor, y fundamentar esas verdades en la ciencia en la medida de lo posible. Pero sin desdeñar el valor de lo “artístico” de la psicoterapia que es clave en su ejecución, en la praxis clínica real fuera del laboratorio. Porque son complementarios, no excluyentes.
En salsa, a la persona que se estudia una secuencia de pasos y simplemente los repite e implementa de forma mecánica no se le considera un bailarín, sino un coreografista que es incapaz de asumir riesgos, de fluir con la música por su propia inseguridad.
Bailemos con nuestros pacientes.
*= Pueden enviármelo a mi email: bdelcharcoolea@hotmail.com
Buenaventura del Charco pasa consulta como Psicólogo en Marbella, Granada y Online. Realiza docencia como profesor invitado en la Universidad de Granada y como director del proyecto Marbella Cuida.