Es curioso cómo la intimidad ha sido una de las realidades que han ido desapareciendo en los últimos años, de una forma silenciosa, pero también, inexorable.
Primero, con los chats como Messenger y las cámaras digitales las personas empezamos a exponer nuestra intimidad en forma de fotos seleccionadas de nuestros viajes, salidas de fiesta y demás. “pásame las fotos” me decían los colegas del colegio tras los findes donde se nos veía sonriendo haciendo botellón en diferentes sitios de Granada.
Después llegaron las redes sociales y ahora, todo era más rápido: ya no tenías que compartirlas una a una, sin embargo, el cambio no fue sólo ese, sino que se pasó de mostrárselas a alguien en concreto (el amigo al que se la pasabas), normalmente porque salía en la foto o porque tenía relación con él o porque por algún motivo tenías un especial interés en mandársela a aquella persona. Pasamos de compartirla con alguien a mostrársela al mundo en general, no a alguien en concreto por algún motivo específico, sino en querer mostrarnos al mundo, a querer ser vistos y proyectar una imagen simplemente por el deseo de validados o mirados por el otro, independientemente de quien sea.
Exhibicionismo puro y duro vamos.
Posteriormente, llegaron los móviles con cámara, y clavamos un nuevo clavo en el ataúd de la intimidad. Ahora siempre llevábamos en el bolsillo un aparato que nos permitía mostrar a otros nuestra realidad, lo que hizo que la barrera entre lo colectivo y lo privado se desdibujara aun más. Ya no necesitaban ser cosas destacables o memorables, por su facilidad empezamos a mostrar nuestra intimidad más básica como la foto del desayuno o cualquier mierda sin trascendencia…
Pero la intimidad está en vías de extinción también por lo que en psicología del aprendizaje llamamos habituación. Este término hace referencia al fenómeno por el que algo que nos causa un impacto o reacción emocional inicial, poco a poco, va perdiendo fuerza y nos acostumbramos a ello. Aplicado al tema del artículo podemos ver cómo nos hemos ido habituando a las poses pensadas, a los filtros, al contenido cada vez más insinuante y subido de tono, algo impensable hace 15 años como las fotos en ropa interior, que era algo exclusivo sólo de algunos famosos, son ya algo habitual en cualquier perfil y no nos sorprende a nadie.
Pero no sólo hemos renunciado a la intimidad física en forma de foto o vídeo, sino también a la abstracta en forma de twitear nuestros pensamientos, opiniones o ideas e incluso nuestros odios más profundos cuando criticamos o nos enzarzamos con debates ideológicos o culturales con otros…
Pero ese exhibicionismo ha ido mutando, pues no sólo ha sido su contenido o cómo cada vez normalizábamos mostrar más cosas, sino también en su estética, pues la espontaneidad naif del contenido de redes ha desaparecido para que todo esté cuidadosamente calculado para proyectar una imagen concreta. Por tanto, vemos continuamente una intimidad, pero que nunca es realmente íntima en su sentido profundo, genuino y autentico, vemos una intimidad posada, creada y artificial, el problema creo, es que de tanto proyectar esta intimidad, de tanto ponernos la careta para conseguir el me gusta del otro, empezamos a no saber distinguirla de la real. Estamos atrapados en un exhibicionismo de una falsa intimidad que ha ocupado el espacio de la real, la única que era un refugio para ser libres y auténticos sin preocuparnos por el juicio del otro.