Puede que el título te haya chocado, ¿no es a lo que nos están incitando tantos psicólogos y otros “profesionales” del desarrollo humano? Pues lo cierto, tristemente, es que sí, pero eso no significa que sea un enfoque acertado, ni mucho menos, saludable.
Hemos llegado a este mensaje ante diferente tipo de ideas, que tienen mucho de medias verdades y de deformaciones ridículas de conceptos inicialmente lógicos. La cultura del esfuerzo y la meritocracia, en las que creo personalmente, nacieron para el ámbito del trabajo y el mundo académico, pero no para valorar a los seres humanos, esto ocurrió por una extensión de ese planteamiento y por una perspectiva de la autoestima muy mal entendida, en la que se considera que cuánto un sujeto se siente bien consigo mismo depende de la evaluación que realiza de sí, de forma que la única forma de tener una “buena autoestima” depende de pasar un examen en el que las cosas buenas de uno pesen más que las cosas malas.
Esto, como siempre denuncio, me parece algo abyecto, ya que considero que el valor de los individuos radica en su condición de seres humanos, algo que les da un derecho a sentirse bien con quienes son y con ser válidos en sí mismos por su propia condición de ser humano. Las personas no son un producto, aunque cada vez más las veamos como tales.
Por otro lado, la tendencia que tenemos, fruto del positivismo científico, de la sociedad de consumo y de nuestra mentalidad occidental es una tendencia a buscar fuera, en lo externo, en un “objetivo o solución” concreta, la manera de resolver o paliar procesos que ocurren internamente.
Así, si tengo dolor en la espalda lo solucionaré tomándome una aspirina (en lugar de aprender a habituarme a ese dolor o a aceptarlo y no entrar en una desesperanza y angustia que me hace pasarlo aún peor) y si estoy mal con quien soy yo, lo solucionaré desarrollando una “competencia”: estar más delgado, aprender habilidades psicológicas, conseguir éxitos laborales o académicos…
Nuestra vida cada vez más cómoda y la sobreprotección de la infancia y la juventud nos lleva a un profundo miedo al dolor. Tenemos pánico a la tristeza, a la rabia, a la pérdida, al dolor, a la frustración, a la ansiedad… pero sobre todo le tenemos miedo al fracaso y al rechazo. Es por eso, por lo que presos del miedo, corremos a querer desarrollar competencias que nos creen una ilusión de invulnerabilidad, de que tendremos características o habilidades que nos harán inmunes al dolor y nada nos afectará.
Siento decirte que la única forma de no pasarlo mal en la vida es morirse. El dolor es inherente al hecho de estar vivo.
Todo esto sumado a una sociedad en la que cada vez los narcisismos, la seguridad y la confianza en nosotros mismos, está cada vez más debilitada, fruto de unos cánones de perfección que nos muestran en todos los ámbitos (vida social, imagen corporal, ocio y planes, logros, dinero, estilo de vida… ) desde los medios de comunicación y las redes sociales que son imposibles de alcanzar, y que al compararnos con ellos nos dejan a la altura de la mierda.
Así que tras sentirnos unos mierdas, nos invaden las inseguridades al miedo al rechazo y al miedo al dolor, y nos aparecen todos esos mensajes de la psicología de panfleto, la industria de la felicidad, el consumismo emocional y el pensamiento positivo en el que nos dicen que, si nos esforzamos y sacrificamos para alcanzar una serie de logros y éxitos, gustaremos a todo dios y seremos invulnerables.
Así que firmamos un cheque en blanco a esa fantasía y por tratar de ser nuestra mejor versión (sea lo que sea eso, porque ¿qué coño es ser tu mejor versión? ¿La feliz, la relajada, la que se acepta o la que se exige tener cada vez más herramientas, competencias y logros en su historia de vida?) y corremos a seguir los consejos de un montón de supuestos especialistas que tratan de vendernos una compensación neurótica para tener una falsa idea de seguridad y méritos con los que acallar la voz que nos dice que somos unos mierdecillas…
Si simplemente no funcionara, esto no sería tan malo, sin embargo, es que este sobreesfuerzo continuo, este forzarnos a ser positivos y negar nuestras emociones, esta ansia de perfección y una dependencia continua hacia los objetivos para poder meternos un chute de falsa seguridad nos lleva a procesos que están claramente identificados con la depresión y la ansiedad.
Claramente fomentan la autoexigencia y la autocrítica (no la reflexiva, sino la de la actitud de automachaque continuo) y, qué sorpresa, tener una voz interna que te dice todo el rato que eres un mierda y que te señala cada fallo cometido, no es algo que ayude precisamente a sentirse bien. Ese ataque interno no sólo hunde tu seguridad en ti mismo o cuánto te valoras, sino que como es una amenaza constante, tu cuerpo genera una respuesta de ansiedad, y como no puedes escapar de ti, pues eso siempre está ahí contigo.
Ese hipercontrol continuo también lleva a picos de descontrol (ya que el cuerpo tiende al equilibrio) que puede expresarse en forma de ataques de ansiead, pánico, explosiones emocionales o incapacidad de poder hacer cosas. También de obsesiones, fobias o compulsiones muy intensas a la hora de hacer o consumir cosas (drogas, redes sociales, compras, sexo, comida…)
También fomenta el cansancio extremo, ya que estamos todo el día intentado hacerlo bien en multitud de ámbitos, y otra gran sorpresa: no puedes con todo. Ese cansancio se asocia de forma clara con la apatía y la anhedonia (falta de ganas de hacer cosas e incapacidad con disfrutar) síntomas claros de la depresión. Pero también causa estos dos procesos no sólo por el agotamiento, sino por el hecho de que es difícil disfrutar cuando en vez de fluir con lo que hago y hacerlo porque me interesa o apetece, la motivación es la de hacerlo perfecto, con todo el agotamiento mental que eso genera para cuidar los detalles u obligarme a cosas que en el fondo, no me las pide el cuerpo.
Y sobre todo, fomenta una sensación de profunda insatisfacción con quien soy yo y cómo es mi vida, ya que siempre estamos poniendo el foco en lo que hay que mejorar, en lo que no soy bueno… Esto nos lleva a tener objetivos irrealistas, a abarcar mucho y apretar poco y a que lo que conseguimos nunca sea suficiente, de forma que rara vez nuestros esfuerzos se ven recompensados cuando lo conseguimos, o nos sentimos incapaces y fracasados al no conseguirlos porque no son “perfectos” o nos hemos metido en demasiados berenjenales…
Por lograr objetivos dejamos de atender lo que sí sabemos que está relacionado con nuestra felicidad: Las relaciones y vínculos con nuestros seres queridos, permitirnos sentir las emociones sin reprimirlas (porque nuestra mejor versión es positiva y agradecida) las cosas que hacemos no por lo que logramos por ellas sino porque tienen un valor en sí mismas y, sobre todo, la relación con nosotros mismos, sin juzgarnos y machacarnos