Antes de hablar de la culpa en general, trataré de explicar de forma breve y sencilla algunas ideas acerca de cómo funcionan las emociones, ya que la culpa es un proceso emocional y todos ellos tienen una serie de reglas en común.
Aunque tenga mala prensa, y en general en la psicología suele hablarse de ella como un proceso negativo, (ya que normalmente se suele enfocar la culpa más disfuncional y neurótica) se trata de una emoción adaptativa y sana. La cuestión no es el sentimiento de culpabilidad en sí, si no, si ésta es útil al individuo para desenvolverse en su vida, si se queda enganchado en ella o no, o si es coherente con lo que le ocurre a esa persona.
La culpa, como proceso biológico y natural, es una emoción que sirve para mantener la cohesión dentro de un grupo de personas, algo indispensable en un animal de manada como es en el caso del ser humano. Cuando hacemos algo que sabemos que va contra las normas del grupo, o que puede hacer daño al otro, aparece en nosotros un sentimiento de culpa que nos sirve para entender que eso estuvo mal; así, al sentirnos incómodos es menos probable que volvamos a cometer esa conducta y además aparecerá en nosotros un deseo – una fuerza irresistible de reparar el daño (disculparnos honestamente, empatizar con el otro, hacer una acción reparadora, indemnizar, mostrar arrepentimiento, “pagar la penitencia”…) , lo que finalmente sirve para que compensemos o aminoremos el impacto de nuestra mala acción en el otro. Una vez reparado dicho daño, la culpa se disuelve poco a poco, permitiéndonos seguir con nuestra vida, ya que ha cumplido de forma eficaz su función darwinista de mecanismo adaptativo en un animal que depende del grupo para su progreso y supervivencia.
El sentimiento de culpa es desadaptativo cuando se dan una serie de cuestiones: cuando nos quedemos “enganchados” en él aun cuando lo hemos sentido y hemos hecho alguna acción reparadora del daño; es decir, que de alguna manera, a pesar de disculparnos, intentar corregir lo que hemos hecho mal, y de aprender la lección de que no nos sentimos bien haciendo eso, seguimos instalados en la misma – incapaces de dejarla atrás o de poder liberarnos de ella a pesar de haber “cumplido su función”, de forma que pierde su valor adaptativo; y por tanto, simplemente, pasa a ser un proceso que nos genera malestar. El otro factor que nos permite determinar si se trata de una culpa desadaptativa es si es proporcional a lo que ha ocurrido y la facilidad o frecuencia con la que caemos en ese tipo de sentimientos.
¿Por qué ocurren estos sentimientos de culpa desadaptativos y que generan malestar?
Como siempre, en el psiquismo, todo lo que ocurre y se mantiene es porque tiene una funcionalidad; porque “sirve para gestionar algo”, aunque muchas veces sea peor el remedio que la enfermedad. En consulta observo con frecuencia a personas que se instalan en el sentimiento de culpa, martirizándose por todo, como una estrategia para no tener conflictos con otras personas: “si todo es culpa mía no tendré que enfrentarme a nadie”. Así me culpo por las reacciones del otro – “yo le provoco, yo le saco de quicio, yo soy muy pesado…” en vez de “me tiene harto, el otro es intolerante o tiene mucha mala follá” que diríamos en Granada – y de este modo, no tengo que poner límites o mantener una discusión cuyas implicaciones pueden darme miedo (porque percibo al otro como más fuerte, porque quiero agradarle, porque temo que me abandone o rechace…).
La culpa, además, como ya demostró ese gran psicoanalista que fue Winiccot, nos crea una sensación de control: Si algo sale mal porque yo metí la pata o soy malo, sólo tengo que aprender a hacerlo bien para que todo salga genial y estar a salvo. Esto nos crea una fantasía de control, ya que todo dependerá sólo de nosotros; pero el problema no es sólo que esto no es real (las cosas pueden salir mal o pueden portarse mal contigo, aunque lo hagas bien) si no que, además, el sentimiento de culpa será algo tan lesivo – o más – como el hecho de que las cosas no ocurran como esperamos.
Y es que el sentimiento de culpa provoca síntomas o un malestar muy lesivo como aquel de una autocrítica constante en la que nos machacamos y nos decimos de todo, ansiedad continua al sentirnos sometidos a examen por ese juez moralista interno, un notorio déficit de asertividad y merma de nuestra capacidad para poner límites o decir que no (por lo que he explicado antes de su funcionalidad y por qué la desarrollamos), sentimientos de vergüenza por ser “tan horribles” y, sobre todo, nos quita mucha pero que mucha libertad. El sentimiento de culpa es algo que nos hace tanto daño, que estaremos dispuestos a vivir en base a ella, a no hacer cosas que nos gustarían y deseamos con tal de no sentirnos culpables, o de hacer cosas que odiamos por el mismo motivo. No son pocos los pacientes que veo en mis consultas de psicólogo en Marbella, Granada o en terapia online; personas de todo el mundo y en culturas tan dispares como la hindú, mexicana, norteamericana o española (la culpa es algo que no entiende de regiones) las cuales son tan poco libres y viven tan sometidos – con la ansiedad que eso genera – como las que son, aquellas culposas, o que son incapaces de eliminar el sentimiento de culpa.
¿Cómo superar el sentimiento de culpa?
Me encantaría decirte que hay una serie de técnicas y pasos concretos que están garantizados, pero como todo en psicología, lo importante es primero entender sus orígenes y su función: ver de dónde viene esa culpa y para qué la mantenemos si nos genera tanto malestar. Dicho esto, lo primero que te propongo es que empieces a ver si utilizas esa culpa para evitar peleas o conflictos, para crearte una fantasía de control, porque te sientes responsable del bienestar de las personas de tu entorno… Y, por otro lado, que empieces a poner el foco menos en si está bien o mal hecho, o qué pensarán de ti, y más en cómo te sientes tú: normalmente, es nuestro propio dolor emocional el que nos da permiso y justifica que podamos ser tajantes, firmes, egoístas o agresivos si es necesario con tal de protegernos.Pero, sobre todo, te recomiendo que empieces a tomar conciencia de cuánto vives sometido por la dictadura de la culpa, cuánto haces o dejas de hacer por evitar sentirte de esa manera y hasta qué punto, por protegerte de ella, estás permitiendo que te robe la vida; ¿no te hace sentirte culpable que seas tan poco leal a ti mismo? Quizás deberías empezar a plantearte que está bien ser bueno con otros, pero también con nosotros, que no sólo debemos amar al prójimo sino a nosotros mismos también. No te ampares en moralismos cuando se trata de aquello que no es más que falta de amor a ti, miedo a cómo te perciban, o a tener una pelea. No te digo esto juzgándote, algo que seguramente ya haces bastante, si no, simplemente, para que tomes conciencia de que, si, importa el dolor ajeno, pero al menos en la misma medida en el tuyo propio y para eso debes superar el sentimiento de culpa.