Bueno, ya era hora de que abriese este melón. Quiero empezar señalando que este artículo no es más que mi opinión y que, como los culos, todo el mundo tiene una, así que querido lector, si lo que digo te ofende y empiezas a echar espumarajos por la boca, simplemente decirte que estás en todo tu derecho y que será un placer leerte en los comentarios para debatir y exponer nuestros argumentos, será maravilloso si llegamos a un entendimiento y si no, no pasa nada, que no todo es buenrrollismo ni todos tenemos que pensar igual.
El coaching es una disciplina ambigua y difícil de entender, precisamente por su poca definición, los pocos estudios regulados que hay al respecto y porque como todo lo que se pone de moda y tiene un boom, es utilizado y deformado para darle un barniz atractivo a cosas que realmente, no lo son. A título personal no tengo nada en contra de esta disciplina en sí misma, si bien creo que que debería regularse para garantizar un rigor y profesionalidad a quienes lo ejercen, una homologación formativa y creo que debería ser una especialidad dentro de la psicología, tal y como plantea el Dr. Miguel García Sanz, profesor de psicología en la Universidad Complutense de Madrid y profesor del Máster en Coaching Psychology de la Facultad de Psicología de dicha universidad, con el que tuve el placer de conversar y hablar sobre el tema en mi época de docente universitario en la capital y hasta de hacer una colaboración entre mi academia de estudios de psicología Aprende Viendo Terapia y la misma…
Con esto conseguiríamos que el profesional que ejerza dicha metodología tenga una buena base de conocimientos del psiquismo humano para no decir tontás inalcanzables. He conocido buenos coachs, personas muy inteligentes y formadas, aunque he de reconocer que por desgracia, ha sido más la excepción que la norma, también que tal y como está de desregulado este mundillo, cuesta de cojones separar el grano de la paja, al menos para mí.
Con todo, hay algo en la concepción básica del coaching que me parece ya de por sí peligroso.
Si cogemos la definición que da la Escuela Europea de Coaching en su página web leemos: “Coaching es el arte de hacer preguntas para ayudar a otras personas, a través del aprendizaje, en la exploración y el descubrimiento de nuevas creencias que tienen como resultado el logro de sus objetivos”. Como puede verse, alcanzar objetivos es la clave, la manteca del asunto. Se promueven y aplican valores clave como la confidencialidad o ayudar al otro y se emplea una metodología y técnicas determinadas, que todo ello está muy bien, pero lo central es conseguir esa meta.
Poco se cuestionan los por qués de esos objetivos, si al hacerlos se está fomentando la autoexigencia y el perfeccionismo, si los mismos son mecanismos de compensación de emociones y sensaciones que el cliente trata de evitar experienciar (miedo a la tristeza, a la debilidad, a no tener el control…) y que por tanto, son una evitación neurótica y una protección ante cosas que necesita integrar, no tapar bajo un manto de fortalezas y habilidades. Aunque tras escribir estas líneas, creo que muchos psicólogos tampoco hacen este trabajo, y es que hay una actitud sorprendentemente acrítica con la obsesividad de la productividad, alcanzar el éxito como única forma de ser feliz y vincular el valor de los individuos a su capacidad de producción, cuánto gustan y sus características y atributos.
Una deshumanización de cojones donde la felicidad y las personas son un nuevo producto.
En defensa del coaching diré que entiendo que su trabajo no tiene por qué ser nada más allá que ayudar a sus clientes a conseguir lo que se proponen, ellos son meros facilitadores técnicos. El problema es que su propia razón de ser y por tanto su discurso fomenta la obsesividad con los objetivos imperante y sobredimensionar los beneficios e importancia de alcanzarlos (no le vas a decir a nadie que se gaste una pasta e invierta tiempo y esfuerzo en un proceso de cambio para lograr algo que no es muy trascendente)
Sin el estigma que tenía hasta la pandemia la salud mental (ir a terapia era de locos y al coach súper cool), con una estrategia de comunicación y marketing mucho más efectiva, una gran penetración en el mundo de la empresa y los medios de comunicación (que es donde está el dinero y la influencia) lograron que su enfoque fuese el que más caló en la sociedad.
Si la psicología es el trabajo del individuo desde lo científico y lo sanitario, el sacerdote desde lo religioso y moral, el filósofo desde la visión de conjunto y del todo o lo antropológico desde lo social/cultural, el coaching lo es desde el mundo de la empresa y la comunicación. Y eso, quieras que no, se nota. Y mucho.
Es por eso por lo que la búsqueda de objetivos y adquisición de habilidades, desvinculadas de una comprensión más profunda del ser humano, su estado de salud mental y el análisis de su contexto tienen sentido en el mundo laboral-económico o deportivo, donde el rendimiento es algo clave.
Esto me parece muy bien y útil en esas áreas, pero generalizarlo al mundo personal es algo que, en mi opinión, es muy muy peligroso. Por eso supongo que le veo más sentido al coaching dentro del mundo empresarial o deportivo que se ciñe a estos contextos, que al personal, ya que es fácil que acabe metiéndose en aspectos vinculados con sintomatología sanitaria (estrés, ansiedad, estado de ánimo, valoración personal…)
Como conclusión creo que el coaching es algo que debe ser regulado con un plan de estudios definido, posiblemente dentro de una especialidad de la psicología (y quizás disciplinas parecidas como el trabajo social, la filosofía, la psicopedagogía, la antropología o sociología), que debe ceñirse al ámbito laboral, deportivo y quizás académico y que debe alejarse de todo lo que tiene que ver con la esfera individual de las personas y sobre todo de la salud.