Creo que una de las experiencias más duras que he tenido como psicólogo fue trabajar en un centro de adicciones. Realizaba psicoterapias de grupo y escuchaba a diario a personas en su cruzada personal por salir del abismo de la adicción, algo que era muy duro.
Pero hubo una cosa que lo hizo aún más, y fue el hecho de lo poco que oí sobre consumir en sus conversaciones. Yo acompañaba un grupo de encuentro en el que decidían libremente si querían compartir con el grupo lo que estaban viviendo en ese momento, aquello que se lo estaba poniendo difícil o les rallaba en su vida y pocas veces salía el tema de las drogas o el alcohol a escena, o al menos no de forma principal.
Hablaban de sentirse inseguros, del miedo a lo que otros pensasen de ellos, de su necesidad de controlar lo que ocurría a su alrededor, de su culpabilidad, de lo que no les gustaba de sí mismos… Lo que sufrimos todos, vamos.
Tampoco hablaban mucho sobre “vicio” por así decirlo, muchos eran o habían sido unos buenos piezas, con más noche y fiesta que las Grecas. Pero los colocones que se pillaban o los grandes desfases tampoco eran algo recurrente o que pareciesen valorar especialmente.
Así, escuchándolos, fui cambiando radicalmente mi forma de entender el consumo de drogas o alcohol y de cómo funcionan los adictos. No, no se meten por vicio. Y sí, la droga es mala pero no es la base de su problema. El problema que tienen es que llevan un gran dolor dentro, que no saben manejar, y lo hacen a través del consumo, como una forma de evadirse del mismo o “compensarlo” (si soy tímido me meto una raya de coca que me da muchas ganas de hablar con otras personas, si tengo ansiedad fumo porros para relajarme…). De manera parecida a que si tienes una pierna herida (que sabes que no puede soportar tu peso y que si te apoyases en ella te derrumbarías te apoyarías en una muleta para caminar), ellos lo hacen en su consumo.
El alcohol o las drogas generan sensaciones muy intensas, tanto como para no sentir nada más que eso. De forma que si estás lleno de tristeza, de inseguridad, de rabia que no sabes manejar emocionalmente (que te producen un dolor atroz que crees que te partiría por dentro si te lo dejases sentir en su totalidad), taparlo o compensarlo con estas sensaciones es una idea lógica. Por eso la mayoría de psicoterapias que sólo buscan retirar el consumo, sin sanar esa herida, esa pierna, fracasan estrepitosamente, ya que no ven la función, el por qué real que lleva a meterse a esa persona más allá del subidón y el colocón. Para retirar la muleta, primero tienes que curar la pierna.
Piensalo, el colocón y la fiesta están muy bien, son cosas “objetivamente” agradables, pero nadie se jode la vida por eso. Además, como a todo en esta vida, te acabas acostumbrando. Yo puedo salir un día de copas con mis amigos y pasar una noche memorable, incluso pasarme de copas de más (y ya menos que los 34 años empiezan a notarse) pero puedo hacerlo hasta un par de días seguidos, en un finde “a tope”. Sin embargo, el tercer día, con una resaca descomunal, mi cuerpo me pide parar y lo que me apetece es estar en casa de mantita, peli y comer algo que engorde mucho, harto de fiesta, de colocón y no me mueven del sofá ni los antidisturbios.
No es sólo que no tenga ganas de seguir, es que no me compensa: el malestar de mi cuerpo, mi cansancio, el coste que tendría en mi vida abandonar todas las otras cosas que me gusta hacer, cargarme mi trabajo, hacer daño a mi familia y mis seres queridos, transgredir mis principios, toda la culpabilidad, la ansiedad de pillar y no tener dinero… Son demasiadas cosas en la parte negativa de la balanza para que pueda pesar más el platillo de lo positivo por mucha estimulación que cause el consumo.
Otras veces las personas consumen porque padecen una patología dual, que básicamente es una enfermedad mental grave (algunos tipos de depresiones o fases maniacas, esquizofrenia, trastorno bipolar…) y que utilizan el consumo como forma de “medicar” sus síntomas, propocionándose “subidón” o “bajón” como medida contradictoria a lo que les provoca su enfermedad.
Supongo que muchos estaréis pensando en que las drogas enganchan por un tema biológico. Y esa es una explicación muy muy pequeña del asunto. Es cierto que las drogas y el alcohol provocan una sensación de placer que es adictiva, pero vuelve a pensar en lo de la balanza. Si el problema fuese “la sustancia” que consumen porque es adictiva, todas las personas que lo hacen se volverían adictas, sin embargo, mucha gente puede salir de copas o incluso meterse algo, y no por eso se vuelven adictas. Saben parar, y los adictos no, luego no es solo la sustancia. También, es cierto que investigaciones demuestran una alteración en el Núcleo Accumbens y en el circuito de recompensa del cerebro, que básicamente digamos es que el cerebro de un adicto parece más sensible a esas sensaciones que provoca el consumo, pero siempre, absolutamente siempre detrás de un adicto hay un dolor emocional que no sabe gestionar.
Entender esto no exime de responsabilidad al adicto, si tienes un dolor que no sabes gestionar, acéptalo y se humilde (algo que les cuesta que te cagas) y en vez de huir de él, afróntalo y acude a un profesional a que te ayude a sanarlo en vez de ir de desfase en desfase jodiéndole la vida a la gente que te quiere (y la tuya claro).