Al ver el titular de este artículo probablemente creías que era otro artículo bonito, cursi y moñas sobre perritos. Y lo es, pero no. Me flipan los putos perros, me parecen una pasada. Y lo que me gusta más de ellos no es su lealtad o su bondad natural, que la tienen y quienes hemos compartido tiempo con un animal de este tipo hemos sentido como se nos cogía el pecho de emoción al ver cómo nos quieren y están siempre ahí, sin poder decir nada pero con nosotros cuando nos ven mal. O quizás es precisamente, por eso, porque no dicen nada, porque no se ponen a decirnos lo que hemos hecho mal o a darnos consejos sobre lo que deberíamos hacer porque ellos son jodidamente listos y así tirarse un rato disfrutando del placer de oírse a sí mismos evidenciando lo geniales que son.
Simplemente, se quedan ahí, acompañándonos, y conmovidos por nuestro malestar, un malestar que como perros normalmente no pueden comprender una mierda, pero es que no necesitan comprenderlo, sólo ven que sufrimos, y eso es suficiente. No cuestionan si tenemos motivos o no para estar mal, no nos dicen que veamos lo bueno que sí hay en nuestras vidas o que peor está la gente que no tiene un hogar, por ejemplo, simplemente están ahí, simplemente, les importa y llena de preocupación y amor nuestro dolor, aun no pudiendo comprenderlo. No entienden nuestras palabras, pero sí lo que les trasmite nuestro cuerpo que habla a través de la agitación, de los suspiros, del rostro y las lágrimas.
Si esto no fuese la polla de por sí, los perros lo hacen simplemente porque lo sienten así, de forma totalmente honesta. Y eso sí es lo que me flipa de esos adorables chuchos, su honestidad.
Recuerdo un día que estaba con Bras, el perro de mi hermano (durante mucho tiempo viví con mi hermano y con él) y que cogió su cuerda, que es su juguete favorito, y se acercó a mi pidiéndome juego, yo empecé a tirar de la cuerda y estuvimos en ese forcejeo que le encanta un rato, cuando se cansó, soltó la cuerda y se fue, dejándome con ella en la mano con cara de imbécil. “El muy cabrón” pensé sonriendo, juega conmigo, y cuando ya no quiere jugar más, coge y se va, sin importarle que me haya levantado y haya dejado lo que estaba haciendo para jugar con él. No lo alarga por cumplir o por reparo, ha vivido el momento conmigo y, cuando ha satisfecho su necesidad y no le apetece más, es honesto con su deseo y se va, como si entendiera que el nunca me prometió querer jugar para siempre y que, si me enfado, mis expectativas de lo que creía que iba a ser y no fue, mis “debería estar conmigo” son algo mio y no suyo, y por tanto, no tiene que responsabilizarse de ellas.
Cuando estoy con fiestas en casa de mi hermano y tiran petardos, el pobre se acojona de miedo, así que corre hacia donde estemos, asustado, buscando que le acariciemos y le calmemos, mientras lo arrullamos con voz cariñosa y compasiva. Es un perro macho, y no se avergüenza de que eso le de miedo, no se pregunta qué pensaremos nosotros de su falta de valentía o inteligencia porque no logre entender esos ruidos fuertes o le den miedo. Y ese perro, es el mismo que cuando he peleado con mi hermano a gritos, a pesar de amarme, me ha enseñado los dientes para dejarme muy claro que si hace falta me morderá para proteger a su amo y no tendrá puta piedad, porque quiere y ama a mi hermano, y cuando amas a algo, peleas para protegerlo si es necesario. Bras, maneja, expresa y entiende mucho mejor que yo su fortaleza y su debilidad y entiende que no son excluyentes, que los seres vivos tenemos un poco de cada cosa.
Otra vez recuerdo que estaba en el salón con una chavala guapa en plan cita, hablando con ella tomándonos una copa. Bras vino a por cariño, algo que me vino genial porque es un Golden Retriever precioso y todo el mundo se derrite con él, y yo quede super “bonico” acariciándolo y jugando en los ojos de la niña, que me miraba derretida. Así que ahí estaba yo, con la sensación de que todo iba perfecto, la chavala y Bras en un segundísimo plano tumbado pasando de nosotros cuando se hartó de los mimos. Nos olvidamos de él, estando como estábamos más calientes que el pomo del infierno y con esa tensión de la atracción tan excitante, tonteando y demás, y el jodido de Bras se encargó que nos acordásemos de él, tirándose un pedo ninja, de esos que no los oyes venir y te golpean en la cara con su fétido olor.
Nos lo comimos entero, y mientras yo me cagué en el puto perro creo que a ella el pelo se le puso rubio o le salieron mechas californianas del olor. Y Bras siguió a lo suyo, como si no fuera con él, incapaz de avergonzarse de nada de lo que era natural y honesto en sí, como su digestión.
Buenaventura del Charco Olea ejerce como Psicólogo en Marbella, Granada y Online, además de como ponente o profesor invitado en diferentes Universidades, Congresos e Instituciones.