Casi todos mis pacientes han pasado por al menos, una terapia, y si bien estas le han ayudado, han tenido una parte en la que han sido ineficaces. especialmente (o aparentemente) útiles en el corto plazo e ineficaces o demasiado costosas de aplicar en el largo plazo. Y esto ocurre especialmente con la ansiedad.
La ansiedad es una respuesta que se activa ante algo que nos produce amenaza. A veces, esto se debe a factores externos a nosotros fácilmente identificables: incapacidad de llegar a fin de mes, exceso de trabajo, una enfermedad jodida… Pero la mayoría de las veces viene de aspectos más bien internos, realidades de nosotros mismos que no queremos aceptar que están ahí y que nos acojonan. Con frecuencia, observo en mi consulta de psicólogo en Marbella o Granada que incluso los factores externos son tan estresantes porque evidencian esos aspectos internos de nosotros mismos: no llego con el curro y los niños pero es que eso puede evidenciar mi temor a ser una mala madre, asumo más responsabilidad de la que debo porque me encanta ir de salvador de vidas y persona competente y capaz, la enfermedad se me hace aún más cuesta arriba porque no llevo bien el ser cuidado y mostrarme débil…
El caso es que, como eso nos resulta amenazante, hacemos un esfuerzo notorio por conseguir lo contrario: tener el control o negar esa parte de nosotros. Y es que cuando lo conseguimos, nos calma nuestro miedo y se vuelve en algo tan liberador y agradable que nos volvemos adictos a esa mierda… ¿A fin de cuentas, quién quiere sentirse vulnerable?
La opción más habitual es no hacer nada. Simplemente tapamos el síntoma con medicación o técnicas psicológicas, por lo que la ansiedad volverá una y otra vez, ya que, aquello que la ocasiona sigue existiendo, lo que hace que los «antídotos» no sólo no funcionen, sino que, además, nos dé la sensación de que nuestro problema es imposible de solucionar y nuestra ansiedad es «resistente» a toda solución… Lo que nos da más ansiedad.
El problema es que lo que hacemos para controlar la ansiedad acaba generando más ansiedad. A nuestras agendas ya desbordadas y sentimiento de culpa por no llegar a ellas añadimos tener que hacer deporte, yoga o meditación, con lo que o nos criticamos por «no hacerlo bien» y nos culpabilizamos por nuestra ansiedad (lo que genera ansiedad) o para poder sacar hueco para eso nos acabamos estresando más, de modo que el remedio se convierte en una fuente de estrés (recuerdo un paciente que venía de París a la consulta que tenía en aquella época en Madrid para tratar su ansiedad y que tuve que señalarle que lo que pudiera ayudarle la terapia era poco en comparación del estrés que le generaba la que liaba para poder venir desde el quinto coño).
Además, como el cuerpo tiende al equilibrio, siempre que hago un esfuerzo por tener mucho control, aparecen picos de descontrol: atracones de comida, ataques de pánico, explosiones emocionales, pensamientos obsesivos bizarros y catastrofistas, hipocondria… Así la técnica de relajación, el control y discusión de pensamientos, la respiración para no enfadarnos abona y preparan el terreno para el próximo pico de descontrol, siendo pan para hoy y hambre para mañana.
Así que si de verdad quieres enfrentar la ansiedad sólo te quedan dos cosas: atajar el problema que la genera (puede que para identificar esto necesites terapia) y dejar de intentar controlarla con atajos, pastillas y técnicas, si no aprender a aceptar tu parte vulnerable y renunciar a un control imposible.