La metáfora del niño interior es de las más extendidas en psicoterapia, si bien inicialmente parecía propiedad exclusiva de la Gestalt, el aumento de la importancia de las terapias basadas o que incluyen elementos de autocompasión o selfkidness. Éstos inicialmente parecían más propios de las psicoterapias humanistas, pero, actualmente, las terapias cognitivo-conductuales y conductistas (especialmente la tercera ola) también lo han incorporado, aunque desde un enfoque diferente.
Básicamente, el “niño interior” suele utilizarse para hacer referencia a la parte de nosotros que se encuentra mal, dañada o rota, bien porque le hicieron daño o bien porque se siente sola o desvalida. Muchas veces, esos traumas o heridas, vienen de experiencias de la infancia, de cómo desarrolla determinados aprendizajes en base a cómo se trató o experiencias que vivió el paciente, por lo que esa idea del niño facilita bastante la comprensión del origen de ese malestar o problema.
Además, la imagen de un niño inocente, desvalido e indefenso, suele promover más las conductas de amabilidad, empatía y cariño hacia su dolor o posibles errores, pues tendemos a ser más benévolos y afectivos hacia la figura de los infantes, tanto por una cuestión sociocultural como evolutiva, por lo que de alguna manera la metáfora del niño interior “mueve a la acción” o motiva a acciones concretas y cambios en pensamientos autocríticos, actitudes de autocompasión, permitirse sentir y no evitar determinado tipo de emociones.
Pero también permite una importante variabilidad en el “registro” en el que se maneja. Por un lado, puede utilizarse simplemente como una metáfora, una forma de hablar de algo que facilita una psicoeducación al hablar de partes de self o historias de aprendizaje en un lenguaje asumible y rápidamente entendible para nuestro paciente, tanto en el concepto sino también en cómo reaccionar hacia él, lo que facilita enormemente el entendimiento de qué ocurre y de cómo proceder, incluso con pacientes con un nivel sociocultural más bajo a los que análisis más complejos pueden resultar difíciles de entender o inaccesibles, creando un lenguaje común que facilita la comunicación en las sesiones “¿de verdad quieres criticar así de duramente a tu niño interior?” o “Empecé a abandonarme como siempre y recordé a mi niño interior, así que decidí cuidarlo”. Además, su fuerte componente emocional lo convierte en un entendimiento que moviliza al sujeto al cambio por encima de la mera comprensión a un nivel cognitivo.
Por otro, más allá de la metáfora explicativa, puede emplearse en multitiud de ejercicios experienciales, desde visualizaciones en meditaciones o ejercicios de exposición en imaginación o fenomenología a dramatizaciones en psicodrama y sillas vacías pasando a proyecciones artísticas o el trabajo cognitivo narrativo a través de cartas o mensajes escritos para o por el niño interior. Incluso he llegado a realizar contratos terapéuticos del paciente con esta metáfora con excelentes resultados.
El trabajo con el “niño interior” me parece especialmente útil para trabajar problemas de autocrítica y autoabandono. También, si se enfoca de la manera adecuada, pueden ser una herramienta muy útil para trabajar la asertividad y afrontar determinadas situaciones adversas en lugar de huir de ellas, si bien aquí puede ser un arma de doble filo (ver más adelante).
Con respecto a su evidencia empírica, actualmente es inexistente, pues se trata de algo poco concreto, que varía de paciente a paciente y por lo tanto no universal y porque es un constructo demasiado amplio para poder ser medido o estandarizado. Por lo que no es posible tener un aval empírico que demuestre su eficacia. Sin embargo, sí que presenta elementos que parecen avalar o al menos considerar lógica, su eficacia en psicoterapia, como el hecho de que provocan una gran activación emocional que es el gran mediador en la adquisición y generalización de aprendizajes, que la información emocionalmente relevante y presentada en un registro diferente llama más la atención y se recuerda mejor, fomentan una idea de vínculo seguro (en este caso del paciente con el niño interior o lo que es lo mismo, consigo mismo) que es el gran promotor del cambio en psicoterapia y que las relaciones afectivas seguras liberan oxitocina, endorfinas o dopamina que son altamente eficaces para contrarrestar los efectos biológicos de la ansiedad o la depresión. También señalar que el empleo de metáforas como agente movilizador al cambio o de entendimiento de procesos psicológicos complejos es una práctica frecuente en terapias con una alta evidencia empírica, como la terapia de Aceptación y Compromiso o la Terapia Cognitiva.
Sin embargo, personalmente, como psicólogo de consulta (o trinchera) que le importa más los resultados y la utilidad de las herramientas que empleo más que poder medirlos de forma científica (Con esto no quiero decir que no sea importante obtener conocimiento empírico en psicoterapia, sino que delego esa acción en los investigadores, pues como clínico lo que me interesa es el beneficio de mis pacientes más allá de que estos sean medibles o no, como es el caso), hay otros problemas que me preocupan bastante más:
La devaluación fácil, de la metáfora y la técnica, en la que se habla indiscriminadamente del niño interior de todos los pacientes, sin pararse a pensar si es algo que “encaje” con la vivencia subjetiva del paciente, porque quizás esos hechos no se dieron en la infancia o porque el paciente se refiere a ella de otra forma “El yo dolido” o cualquier otra. También porque se le “imponga” la metáfora al paciente, en un claro acto de poca empatía por parte del psicoterapeuta, bien porque no conecte con ese tipo de ejercicios de visualización o psicodrama o porque no se identifique en dicha metáfora. Hemos de recordar que es la labor del terapeuta la de adaptar las técnicas al paciente y no al revés, bien desde la libertad creativa que ofrecen psicoterapias más abiertas y menos estructuradas, o bien desde el “tayloring” (que hacer referencia a la idea de “ajustar” o “personalizar las técnicas al paciente) promulgado para terapias estipuladas, como es la cognitivo-conductual, máxime cuando se trata de una cuestión de estilo más que de contenido y de lo que se trabaja, pues por muy potente que pueda ser una metáfora, no hemos de olvidar que se trata de eso, de una metáfora, es decir, algo que no se da realmente, sino que es una abstracción, inferencia e incluso creación de lo que realmente es un aprendizaje, hecho biográfico o proceso emocional no cerrado.
Porque a veces la excesiva identificación del paciente con el niño interior lleva a una fusión con el mismo y a una negación de la realidad actual de sí mismo, como sujeto agente de cambio y que puede reaccionar y, sobre todo, decidir ante lo que pasa (aspecto especialmente clave en las psicoterapias humanistas) o de formarse en herramientas desde las que manejarlo. Con frecuencia me vienen pacientes que hablan de forma totalmente identificada con esa idea de niño interior herido, como si siguiesen siendo niños indefensos, fomentando sus problemas de debilidad, impotencia e indefensión, de forma que la metáfora más que algo que le mueve a la acción les instala en la queja o les “desempodera” fomentando incluso la evitación.
Es por esto que en el uso de semejante metáfora sea importante entender que hemos de tener en cuenta algunos aspectos importantes como que el paciente debe entender que se tata de una metáfora evocadora pero no de su realidad actual y que cuidar al niño no es sólo tener una actitud empática y compasiva con el mismo, sino también de protección y cuidado, algo que a veces sólo se consigue a través de enfrentarse a situaciones hirientes o dañinas para sí mismo, a través de emociones como la rabia y el empleo de conductas asertivas y de lucha contra la injusticia.
Buenaventura del Charco Olea ejerce como Psicólogo en Marbella, Granada y Online, además de como ponente o profesor invitado en diferentes Universidades, Congresos e Instituciones.