Actualmente las redes están llenas de publicaciones sobre el narcisismo. En ellas se habla de éste como algo terrible, sin embargo, todas las personas tenemos necesidades narcisistas y eso no es malo ni perverso.
El término narcisista hace referencia al “amor por uno mismo” y quizás la autoestima sea un posible sinónimo (aunque a mí no me convence por su carácter evaluativo). Como bien señala Hugo Bleichmar las personas tienen una serie de necesidades emocionales y entre ellas está la de sentirse válido, digno de amor y bueno.
Muchas veces esta necesidad se convierte en nuestra motivación para hacer una serie de cosas y entra en conflicto con otras de nuestras necesidades, unas emergen con más demanda o urgencia que otras, por lo que nuestro narcisismo o hasta qué punto lo atendemos y “le damos de comer” depende de cada momento.
Querer llamar la atención de otro que nos importa, desear profundamente gustarle no es un indicador de ningún problema de salud mental o maldad moral. La cuestión aquí es la frecuencia, intensidad y si para conseguirlo nos da igual los medios empleados.
Sin embargo, actualmente estamos hablando de narcisismo sobre lo que realmente es un Trastorno Narcisista de la Personalidad o similares. Aquí lo que es el problema no es el narcisismo en sí mismo, sino la necesidad patológica de la persona que lo padece del mismo: el paciente afectado por esta patología vive “encasillado” en esa necesidad, que emerge con una demanda y una fuerza muy potente, de forma que está dispuesto a casi cualquier cosa con tal de satisfacerla (manipular, autoexigirse, seducir, coaccionar…) dándole igual, en mayor o menor grado, el daño que pueda a hacer otros.
Esta necesidad obsesiva es imposible de satisfacer, de modo que la persona se vuelve dependiente a esa sensación de ser admirado, valorado o de control, de manera muy parecida a un adicto con la farlopa u otra droga. Siempre van a necesitar su dosis, y, además, buscaran que esta sensación venga de diferentes formas y lo más intensa posible, de forma que modalidades que antes le satisfacían luego pueden no hacerlo. Sobre todo, necesitan el reconocimiento y la valoración de los otros.
Muchas veces va acompañada de un fuerte deseo de control del otro, como forma de garantizar esa sensación de valía, ya sea mientras buscar o exigir la adulación o admiración del otro o a través de forzarlo y llevarlo al límite, buscando en su sumisión una, evidencia de lo mucho que vale (fíjate lo que pasa por mí, qué bueno soy)
Toda esta necesidad y obsesividad narcisista insaciable normalmente se debe a la existencia de una herida de falta de valía muy profunda, que conforma una sensación interna, un esquema emocional de que son indignos de amor, respeto o humanidad. Para protegerse de este sentimiento tan aversivo buscan compensarlo a través de irse a lo de signo opuesto y antagónico, sólo así calman su miedo claramente neurótico.
Algunos autores también señalan la existencia de un subtipo de narcisista que no necesita la aprobación de otros, simplemente, se siente superior y con el derecho de manipular a los demás a fin de conseguir sus objetivos.
Por tanto se da un debate sobre el nivel de sufrimiento que experimentan las personas narcisistas, existiendo algunas que tienden a lo psicopático y que no experimentarían malestar y otras que sufren profundamente cuando no logran esa aprobación, amor o validación de otros.
Sea como sea, hemos de entender que la persona afectada de un trastorno narcisista de la personalidad padece una enfermedad mental, lo cual no significa que estén enajenados (es decir desconectados de la realidad) y no sean conscientes de sus actos y de las implicaciones ético-morales de los mismos o del malestar que generan en otros.
Personalmente creo que hemos de tener cuidado con la etiquetación simplista y masiva que se está haciendo con éste y otros términos. No hemos de patologizar necesidades humanas, como cuando llamamos persona tóxica a alguien por el mero hecho de quejarse, necesitar desahogarse o estar de bajón. También creo que incluso en los trastornos narcisistas, debemos ponerles límite y protegernos, cuidarlos no es nuestra responsabilidad, pero eso no quita que no debemos demonizarlos, también son seres humanos y necesitan empatía, comprensión, compasión y respeto.
Quizás pedirles a las personas a pie de calle esto es mucho, especialmente a quienes lo han sufrido, pero los psicólogos y psiquiatras, como profesionales de la salud mental, hemos de acercarnos a su sufrimiento desde una actitud de no juicio, conmovernos por su dolor y deseo de ayuda. Laborate Pro Salute, hasta de quien nos parece jodidamente horrible. Ese es el sacro deber de un sanitario.