El otro día me puse de muy mala leche, para qué nos vamos a engañar.
Veo que el Dr. Jesús Candel, al que seguí durante una época con ilusión porque parecía que por fin un profesional sanitario iba a tomar partido más allá de las típicas confrontaciones políticas para reivindicar una mejora en la sanidad pública de Granada, comentaba en redes que «El que se quiere curar de cáncer se cura y el que no, se muere». Tócate los cojones.
Entiendo que él personalmente está en esa lucha contra la terrible bestia oncológica (ánimo y suerte, doctor), y que necesita armarse de optimismo y esperanza para enfrentarse a ella. No seré yo quien dude de la importancia de dotar de un significado a la propia experiencia de la enfermedad, ni el que no defienda claramente que la actitud frente a la enfermedad juega un papel decisivo, no sólo por sobrellevarla a nivel anímico, sino también por la influencia del estrés y la gestión emocional en las defensas del organismo, algo fundamental en una enfermedad donde lo autoinmune juega un papel clave. Precisamente de esa importancia emerge la subespecialidad dentro de la psicología sanitaria y clínica que es la Psicooncología.
No sólo he leído artículos y las opiniones de importantes teóricos al respecto, sino que he tenido el privilegio de ser elegido por muchos de mis pacientes para acompañarles en sus procesos oncológicos, a veces con un bonito resultado y otras con uno aciago, pero en el que pude seguir a esas personas a afrontar el final de su vida y hacerlo pudiendo elegir cómo querían irse y hacerlo sin dejar asuntos pendientes.
A pesar de lo duro, fue hermoso recorrer ese proceso a su lado, infundirles ánimo y darles abrazo y consuelo. Aceptar la enfermedad y la muerte. Aceptar la vida a fin de cuentas, pues fallecer forma tanto parte de ella como nacer. Decidir vivir hasta el final con congruencia y sentido. Darle un significado propio al final del camino.
El caso es que leo esas declaraciones y trato de empatizar con el doctor Candel, pero aun así me toca los cojones y me enfada que pueda decir algo así. Y es que no puedes decir semejante barbaridad, para empezar porque no hay ninguna jodida investigación ni realidad clínica o profesional que sostenga lo que este señor ha dicho, pero sobre todo porque es terriblemente cruel afirmar eso de manera tan categórica cuando hay tanta gente que está muriéndose de cáncer y que desde luego quieren vivir, pero por mucho que lo desean profunda e insistentemente, se van a ir. Cuando vean próximo su fin, ¿les culparás por no querer vivir con las suficientes ganas, doctor?
¿Y ha pensado en sus familiares? ¿Cómo cree que se siente la mujer que pierde a su marido por un proceso oncológico cuando le lee? ¿Y el padre que tiene que pasar por el traguito de enterrar a su hijo? He de reconocer que me ha ofendido más como profesional sanitario que en lo personal, pero imagino que si me llega usted a decir eso cuando mi madre estaba muriéndose de cáncer yo le hubiese mentado a la suya.
Flaco favor hace no sólo a los pacientes, sino también a su figura, ya que con este tipo de declaraciones (no son las primeras) fomenta a quienes le tachan de histriónico y narcisista.
Que somos sanitarios, doctor, Laborate Pro Salute y todo eso, no podemos culpabilizar a nuestros pacientes de su enfermedad y, desde luego, no debemos arrojar juicios de valor sobre ellos que sólo sirven para hacerlos sentir más desdichados. Todos tenemos opiniones y enfoques distintos, porque la sanidad no es una ciencia exacta, porque somos personas y porque la realidad del trabajo con pacientes muchas veces cuestiona (cuando no contradice abiertamente) lo que uno aprendió en las clases y lee en los libros, pero eso no nos da el derecho a decir como sanitarios algo que puede generar tanto malestar y dolor emocional a quienes se supone que debemos cuidar o sanar.
Ya tienen cáncer, ostias, no añada usted culpa.