Es muy frecuente observar que tras la ruptura de una relación, muchos de los miembros de estas parejas rotas comienzan a tener relaciones sexuales con otras personas. Pero, ¿es el deseo sexual la motivación real de estos encuentros sexuales?
El sexo, o más bien la excitación sexual, puede ser entendido como un proceso emocional, o al menos, como algo bastante parecido, ya que se trata de algo que se siente involuntariamente, ante un estímulo concreto, que conlleva un cambio fisiológico, una valencia y una variación en la activación corporal. Además, como los demás procesos emocionales, está íntimamente ligado a la supervivencia de la especie, por lo que su carácter adaptativo es obvio.
También, diferentes corrientes de la psicoterapia han considerado la sexual como una de las motivaciones y necesidades básicas del ser humano. Ya desde el comienzo de nuestra disciplina, el sexo ocupó un lugar primordial a la hora de entender la conducta y los procesos mentales del ser humano.
Sin embargo, lo sexual, al igual que ocurre con otras conductas asociadas a emociones o a lo corporal, están presentes en la vida de muchas personas como medio y no como un fin en sí mismo, es decir, que gran parte de las relaciones sexuales, tienen como función gestionar otros procesos emocionales, más allá que el placer sexual que provocan o cubrir los desequilibrios en dicha necesidad humana.
Desde las psicoterapias humanistas, se postula que, muchas veces emociones o conductas asociadas a ellas se emplean para “protegernos” de otra emoción que es vivida como aversiva o dañina para la persona. Sin embargo, sabemos que las respuestas emocionales son adaptativas y que cuando se permiten sentir, conllevan el bienestar del individuo al poner en marcha conductas que responden a la necesidad no cubierta. Es decir, que la “exposición” o el “dejarnos sentir” la emoción aversiva, acaba generando una respuesta adaptativa que permite sacar al individuo de su malestar y conseguir aquello que necesita para crecer, tal y como señalaron desde los inicios de esta corriente Perls, Frank o Rogers, o más recientemente han demostrado empíricamente Greenberg o Le Doux.
Consecuentemente, estas emociones o conductas que nos ayudan a evitar el dolor y el malestar, pueden parecer positivas, pero si se perpetúan en el tiempo o si se convierten en la única forma de responder ante el malestar, finalmente, nos impiden poner en marcha la respuesta adaptativa a las necesidades de la persona. Es decir, no son malas de por sí, se convierten en dañinas cuando sólo podemos responder de esta manera o se perpetúan.
Ante una ruptura, sentir el dolor de la pérdida es la respuesta emocional normal, incluso aun cuando se den otras emociones que pueden parecer contradictorias como sensación de liberación al terminar algo que ya no era deseado, o ilusión por la nueva etapa que comienza, pero el fracaso de la relación de pareja y perder una figura significativa produce inevitablemente un profundo dolor por la pérdida.
Este dolor puede ser aceptado y experienciado por la persona, que se lo permite sentir y en cuyo caso pone en marcha emociones adaptativas propias del duelo, como puede ser la tristeza, que permiten la elaboración de éste y poder integrarlo, cubrir el ciclo de satisfacción de necesidades y comenzar una nueva etapa en su vida, una finalidad positiva a costa de un malestar en el corto plazo mientras se vivencia todo ese dolor y tristeza, que generan conductas de inhibición, apatía o llanto.
La otra opción, consiste en intentar evitar la experiencia lógica e inevitable de dolor tras la ruptura. Esto puede hacerse, de múltiples formas, pero en esta entrada analizaremos las conductas sexuales.
Barber y Cooper publicaron recientemente una investigación en la que concluyeron que tras una ruptura, dos tercios de las personas comienzan a reactivarse sexualmente, incrementando la frecuencia de nuevas relaciones. Además, investigaron cuáles eran las causas de estas nuevas relaciones, encontrando que el sexo por despecho, o por venganza, eran los más frecuentes, estando presentes en más de la mitad de los motivos por los que las personas que habían experimentado una ruptura recientemente, mantenían nuevas relaciones sexuales.
Las autoras, definen el sexo por despecho como “aquel que se realiza para superar el dolor por un nuevo motivante sexual”, es decir, como una forma de compensar el malestar asociado a la ruptura con un nuevo proceso experiencial de signo contrario (el sexo provoca placer, y la seducción que muchas veces va a asociada a éste sentimientos de ser querido/valorado, control o poder). El sexo por venganza, en cambio, es aquel que se hace con la intención de hacer daño al otro, lo que nos habla de un registro emocional de Enfado/Ira frente al de la tristeza, que compensa los aspectos más desagradables de ésta (fortaleza de la ira frente a la debilidad de la tristeza, control frente al descontrol…) y, que, en algunos casos, viene acompañado de la intención de hacer volver a aquel con el que hemos finalizado la relación (de forma que si volvemos a estar con nuestra expareja, acabaremos con aquello que nos genera dolor)
Además, este experimento demostró que la clave para predecir quienes deciden emplear este tipo de sexo, es la autoestima. Personas con baja autoestima tendían a realizar más estas conductas sexuales y además solían experimentar sentimientos de ira de mayor intensidad que quienes tenían una autoestima alta, que eran capaces de recuperarse ante el dolor de la pérdida sin recurrir al sexo como vía de escape. También es notorio señalar que encontraron que el sexo como forma de evitar el dolor era una motivación más presente en quienes practicaban sexo de forma activa tras una ruptura en personas que dejaban atrás una relación que juzgaban como importante y de fuerte vínculo.
Con respecto a la relación entre autoestima y regulación emocional, es una correlación ya probada ampliamente, pero valga de muestra esta conclusión de Cabello, Fernández-Berrocal y Ruiz en 2006: “los análisis de regresión pusieron de manifiesto que la expresión emocional, atención a los sentimientos y reparación explicaron un 28% de la varianza en autoestima. De esta forma, las diferencias en el uso de diferentes estrategias emocionales pueden favorecer que la persona haga de sí misma una valoración más positiva. Aquellos sujetos que son capaces de atender a sus emociones de una manera adecuada y de mantener el estado de ánimo positivo, y que suelen usar como estrategia de afrontamiento la expresión de sus estados emocionales tienden a informar de una mayor autoestima”.
Finalmente señalar, que el sexo tras una relación de pareja, no tiene por qué ser algo patológico o negativo, de hecho, Cooper y Barber avalan que puede ser una estrategia útil en el corto plazo en términos de reducción del dolor (que no para la elaboración del duelo…) pero que se torna en algo negativo si la persona es incapaz de elaborar la pérdida o si se siente en la necesidad de tener sexo como forma de gestión del dolor, y no como una mera motivación de su apetito sexual. Lo expuesto en esta entrada respecto al sexo, ocurre con otras muchas conductas, en especial con aquellas que tienen un alto componente corporal y fisiológico, como puede ser el deporte, la ingesta de alimentos o el consumo de drogas.
BIBLIOGRAFÍA
A. E., Greenberg, L. S., & Elliott, R. (2008). Experiential therapy. Twenty-first century psychotherapies: Contemporary approaches to theory and practice, 80-122.
Perls, F., Hefferline, R.F. & Goodman, P. (1951). Gestalt therapy. NY: Dell.
LeDoux, J. (1996). The Emotional Brain: The Mysterious Underpinnings of Emotional Life. New York, US: Simon & Schuster.
Ruiz-Aranda, D., Fernández-Berrocal, P., Cabello, R., & Extremera, N. (2006). Una aproximación a la integración de diferentes medidas de regulación emocional. Ansiedad y Estrés. 155-166
Barber, L. L., & Cooper, M. L. (2014). Rebound sex: Sexual motives and behaviors following a relationship breakup. Archives Of Sexual Behavior, 43(2), 251-265.