Estoy en ese momento de la vida curioso, en el que tus amigos empiezan a tener hijos. Lleva pasando unos años, pero los churumbeles de mis colegas tienen entre meses y siete añitos de edad. Entonces, claro, empiezan los debates sobre cómo educar a un hijo y qué hay que inculcarle, además, ahora existen mil tendencias diferentes y contenido en redes en las que se defienden posturas diametralmente opuestas.
La verdad que yo por ahora me quedo en lo cómodo: ser el tito Ventu, sacarme una foto con esos cabroncetes adorables y tiernos, reírme con ellos, malcriarlos un poco para ganarme su cariño y, en general, disfrutarlos. Pero el otro día me dio por pensar que trataré de inculcarle a mis hijos (me gustaría tener tres, pero luego quizás veo que estoy flipado). El caso es que, dándole vueltas a eso, me gustaría dejaros con algunas de las ideas que empecé a esbozar en mi cabeza.
Creo que lo primero que intentaría transmitirle, y en lo que pondría más esfuerzos, es en hacerle sentir amado incondicionalmente. Esa exigencia velada que se le transmite a los niños, de tener que llegar a conseguir ciertas cosas para ser amado (ser bueno, aprobar, ser responsable, compartir…) me parece algo enormemente lesivo. Lo digo siempre que tengo ocasión: la pandemia del siglo XXI es la autoexigencia y el perfeccionismo. Nuestra sociedad ya genera eso (comparativa en redes, una brutal normatividad disfrazada de anti-normatividad, cánones inalcanzables en físico, intereses, ocio…) así que creo que criarse en una familia donde eso no se da, que actúa como amortiguador, es el mejor regalo que puedes darle a tu criaturíca. Si el niño se porta mal, le castigaré, y nada de disciplina positiva ni chorradas, un castigo que como herramienta de aprendizaje es algo bueno y útil, pero lo que le quiero y lo que vale para mí es independiente de todo eso. Papá siempre intentará estar ahí para él, siempre le querrá y no le pedirá nada para ello. Esto puede parecer obvio, pero con frecuencia el cariño que los padres le dan a sus hijos está vinculado con que haga lo que ellos consideran que “es lo correcto y le viene bien” y ahí ya el amor incondicional (el único verdadero) se va a tomar por culo.
El miedo a no ser dignos de ser amados, el reprimir partes de nosotros (y a que nos rechazarán si nos expresamos libremente) es lo que causa más problemas psicológicos y de salud mental a nivel individual (luego está lo social y lo económico). Además, la autocrítica que genera eso es una de las mayores fuentes de estrés y de miedo/intolerancia al fracaso que, al final, suele ser algo que hace que tu hijo sea menos funcional. Así que prefiero que no sea tanto como yo quiera, pero que tenga criterio propio y una autoestima de hierro y asumo que el precio que tengo que pagar por ello es que de vez en cuando se “portará mal” o decidirá cosas que no son lo que yo quiero. Y, vuelvo a lo mismo, lógicamente sus decisiones tendrán consecuencias con las que deberá apechugar (castigos, beneficios y pérdidas…) pero mi cariño hacia él siempre será tema aparte. Nunca le negaré un beso o darle atención porque no me hace caso. Una cosa es la disciplina y la educación, y otra nuestro vínculo y relación.
Aclarada esta base, que me parece un tema suficiente en sí mismo, estas son las otras cosas que intentaría inculcarle:
-Que sea fiel a sí mismo. No importa que la cague o lo que consiga, sólo que sea honesto consigo mismo y lo que ha decidido creer.
-Que su criterio y lo que él quiere en la vida sea lo que marque su camino y le sude la polla lo correcto o lo que otros esperan de él.
-Que asuma que todo en la puta vida tiene un coste, así que debe aceptarlo, no quejarse cuando venga y ser honesto con qué factura quiere y puede pagar realmente.
-Que no permita que el miedo al dolor le robe la vida. Porque se llevará buenas ostias y sinsabores como todos, pero como todos, después de llorar, maldecir, sentir ansiedad o lo que sea, también podrá levantarse, quitarse la sangre y el polvo, y seguir con la vida.
-Que el mundo no se va a adaptar a él, sino que él tiene que adaptarse al mundo y que buscar la forma de hacerlo sin traicionarse en el proceso, asumiendo la responsabilidad de cambio que ello conlleva.
-Que entienda que lo importante no es tanto el resultado, que las cosas salgan bien o mal como ser congruente e intentarlo de forma responsabilizada y comprometida, porque es en lo único que tiene control.
-Que él no debe cubrir las expectativas de nadie, pero que nadie tiene que cubrir las suyas.
-Que su vivencia es un criterio válido para él, pero no tiene por qué serlo para los demás y que lo único que le toca es ser consecuente y decidir en base a ello.
-Que amar es reír, disfrutar, alegrarse, compartir, el contacto físico, pero también es pelear, acoger el dolor, combatir y llorar. Con uno mismo y con los demás.
Todo esto intentaría transmitirle, no sé con cuánto acierto. También, claro, en esto hablo desde la puta teoría, desde la posible aproximación que es ver a pacientes desde mi consulta, algunos niños y otros adultos que fueron niños a los que se les inculcaron unas cosas en detrimento de otras. Habrá que ver cuán capaz soy es que, del dicho al hecho, hay mucho trecho. Por favor, cuando llegue el camino, deseadme suerte, porque la voy a necesitar.