En el imaginario colectivo, todos tenemos en nuestra cabeza esa imagen de progenitor entregado (que normalmente suele ser una madre) de la cual parece que su felicidad depende únicamente de una cosa: el bienestar de sus hijos. Se puede resumir en la frase con la que he titulado el artículo, y que, aunque hay mucho amor en ella, es una auténtica putada para quien la recibe.
Quiero aclarar que voy a hablar de la relación madre-hijo porque este patrón, se da más frecuentemente estadísticamente hablando en las madres, pero he visto casos en los que padres o incluso parejas han desarrollado la dinámica que voy a exponer en este artículo.
¿Por qué? Pues porque coloca la responsabilidad de la felicidad de esa madre en las espaldas de sus hijos, y eso puede llegar a ser una carga muy muy grande. Por un lado, ese hijo experimenta un profundo sentimiento de culpa cada vez que está mal, porque ha recibido esos mensajes del tipo “cada cosa que te pasa me duele a mí más que a ti” “me duele como si fuera mío” “me cambiaría por mi hijo sin dudarlo” que dejan muy claro que si ese hijo lo está pasando mal, le está haciendo daño a mamá. Esto hará que cualquier malestar sea mucho más doliente y dañino, pues tendrá el malestar añadido de esa culpa que hará que todo sea mucho más difícil, y que suele fomentar actitudes y estrategias de manejo del dolor bastante negativas, con lo cual todo el proceso se va enfangando y tiene una resolución mucho más compleja.
Así, tal y como he observado decenas de veces en consulta, los hijos que han recibido estos mensajes tienden a reprimir sus sentimientos de tristeza o de rabia, ya que sienten que si los muestran están haciendo daño a mamá. Es curioso hasta qué punto interiorizan esto, que incluso siendo adultos y estando lejos de esa persona a la que quieren proteger, el patrón de represión y no expresión emocional sigue plenamente vigente, así como esos sentimientos de estar haciendo algo malo si se encuentran mal.
Por otro lado, experimentan sensaciones complejas respecto a sus madres, pues presentan sentimientos de tristeza y compasión hacia esa madre abnegada, mártir, que siempre se sacrificó y sufrió por ellos, pero por otro lado también de rabia e incluso rencor, porque desde ese dramatismo siempre le hizo sentir culpable y le colocó una responsabilidad que nadie debe asumir: la de la felicidad del otro. Pocas cosas lastran y quitan tanta libertad como eso, pues ante ese aparente amor y preocupación, no hay sino un egoísmo de quien no quiere asumir el malestar en la vida, y la paternidad viene asociada con el hecho de disfrutar los hijos, pero también de sufrirlos sin responsabilizarlos de nuestra propia angustia. Si esto no se da, el hijo se siente oprimido, manipulado por la pena que le provoca el dolor de su propia madre, algo que le conmueve tanto que se convierte en una excelente arma de dominación, pues acabará accediendo a muchos deseos de la madre, a seguir sus pautas que “son por su bien” con el fin de protegerse de esos sentimientos de pena y culpa por verla sufrir si no la obedece. Creo que este punto es el que me parece más perverso de este tipo de relaciones: Te doy un montón de recomendaciones y consejos, que si decides no seguir, me harás daño porque voy a sufrir viéndote mal y por lo tanto eres un mal hijo. El control, con frecuencia, suele ir disfrazado bajo un manto de consejo, amor y preocupación, pero como dice el gran Fritz Perls: “lo que es, es”.
Esta combinación de represión emocional y sentimientos contradictorios suele ser muy difícil de manejar para quien ha sido criado en estos aprendizajes, pues si normalmente las emociones encontradas suelen crear un conflicto donde hay una parte que nos cuesta expresar (estar enfadado con alguien que también te da pena, pues suele ser complejo darle cabida a dos emociones “de signo contrario”) lo es más aún en quien ha hecho de la represión de los sentimientos desagradables la norma para proteger a mamá, por lo que se juntan el hambre con las ganas de comer creando un buen cipote.
Así que si eres madre y te identificas en éste tipo de perfil, te recomiendo que pongas el foco y tomes conciencia en qué estás transmitiendo a tus hijos y de por qué necesitas tenerlo todo tan “bien atado” con ellos, plantéate que nunca podrás protegerlos de todos los males, y que el bienestar de mamá es una carga excesivamente pesada para un hijo, que puedes darles consejos y pautas, pero que ellos tendrán que tomar sus propias decisiones y que si éstas te angustian, ese es tú problema y no el de ellos. Si ves que tienes dificultades, que la ansiedad y los pensamientos funestos te invaden en forma de fantasías de terror, no te preocupes, pide ayuda, pues no es malo que quieras proteger a tus hijos, pero sí que quieras tener siempre una tranquilidad a costa de ellos. Probablemente te educaron así, o sufriste algo terrible que no quieres que ellos pasen, y estas malas experiencias tienen en ti mucha fuerza por lo que necesitas ayuda profesional para poder recolocarlas y ser más libre.
Y si tienes una relación con este tipo de persona, te recomiendo que recuerdes que tu responsabilidad es tu propia felicidad, no la de otros, que tienes derecho a estar mal y a poder expresar tu malestar sin tener que sentirte culpable por ello, que está bien que te conmuevas por quien te quiere, pero no que cargues con el peso de su propio bienestar, pues ahí poco o nada puedes hacer salvo sentirte oprimido. Finalmente, recuerda que si sientes algo que aparentemente no debería estar, como rabia hacia alguien que quieres, siempre hay un motivo para ello, y que censurándolo y reprimiéndolo o culpándote por ello, ese sentimiento no desaparecerá. Párate a escuchar lo que tiene que decir y luego, podrás decidir que haces con ello.